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Mar de fondo

El bajo nivel de los debates

En México hemos tenido mejores debates políticos que los que estamos viendo en este proceso electoral de 2018. Como ejemplos ahí está el famoso encuentro entre Diego Fernández de Cevallos, Ernesto Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas en la elección de 1994; el debate memorable entre Fernández de Cevallos y Andrés Manuel López Obrador en el programa de Joaquín López Dóriga en el 2000; el debate entre Calderón y AMLO en 2006 y después, en la siguiente elección de 2012, entre el mismo López Obrador y Enrique Peña Nieto.

¿Por qué esta vez los debates entre los candidatos a la presidencia, pero incluso entre otros personajes y en otros espacios, han sido tan malos o de poca sustancia? Encuentro varias razones, pero aquí voy a resaltar dos aspectos generales que me parece que lo explican en gran medida.

Uno de estos aspectos tiene que ver con las características de la elección que, a diferencia de otras, está más polarizada o más enfrentada entre dos grandes bandos, pero en especial porque esta es la primera vez (aunque ya se había dado en 2006) que hay un candidato (López Obrador) que ha tomado la delantera desde el inicio de la campaña y ahí se ha mantenido a lo largo de varios meses, según una batería de encuestas serias.

Es decir, hay un candidato con una gran ventaja mientras los otros dos, del PRI y del PAN, se mantienen muy rezagados y disputando con fiereza el segundo lugar. Esta circunstancia, sin aparente relación, ha marcado la pauta de los debates entre los candidatos presidenciales, pero también entre varios sectores de la opinión pública.

Dada esta enorme ventaja AMLO decidió, a mi juicio de manera desafortunada, no exponerse en los debates televisivos para impedir un error o para permitir que sus rivales abollaran su imagen. Lo hizo claramente en el primer debate y lo repitió en el segundo en Tijuana, aunque esta vez intentó salir al paso a algunas de las acusaciones o cuestionamientos de sus rivales.

Mientras AMLO se refugia en el silencio cuidando su ventaja, sus rivales atacan por todos los flancos buscando desequilibrarlo, enfatizando sus inconsistencias o la inviabilidad de algunas de sus propuestas o hasta aspectos más personales como su precaria salud o su avanzada edad, entre otros calificativos más hirientes. El resultado de todo esto es que no hay debate, es simplemente un encuentro cuyo propósito central es atacar y contraatacar al adversario político con el fin de reducir su ventaja, en tanto que el puntero la cuida férrea y celosamente.

Creo que no está mal, evidentemente, que el candidato puntero cuide su ventaja en el debate y se mantenga alerta para no cometer un error, así como también creo que es legítimo que los otros busquen abollar su fuerza, pero esta estrategia a diferencia de la que le vimos a AMLO en otros años, ha creado a su vez la imagen de un candidato con muy pocos recursos argumentativos, encerrado en unos cuantos conceptos o clichés y definiendo muy pobremente algunas líneas de gobierno.

Al margen de filias o fobias, hay varios sectores de la sociedad que desean escuchar o ver una postura distinta para decidir su voto, ver un AMLO más maduro y más sólido en sus propuestas, y no un candidato que sólo parece dirigirse a la muchedumbre con dos o tres consignas populares.

Esto sucede, a mi juicio, por la segunda de las razones que citaba antes y que consiste en que esta es una elección en la que el voto antiPRI y antiPAN alcanzó uno de sus momentos cumbres, generando un punto de quiebre en el sistema político mexicano, por más que parezca una simplificación o un punto de vista chocante, cuya desembocadura es la votación masiva por López Obrador, al margen de su papel en los debates o de su falta de elocuencia.

Esta circunstancia histórica, podríamos decir, ha crispado los ánimos en México y ha encendido el enfrentamiento, la discusión y los alegatos más ásperos en todos lados, incluso en el seno de las familias y los círculos de amigos, porque en el fondo el país puede estar a un paso de un cambio monumental que, como en todos los cambios, unos desean y otros se oponen y se resisten, a veces con violencia.

En este contexto, el debate público o entre los mismos candidatos presidenciales se ahoga o se apaga porque mientras unos intentan canalizar los términos de la elección a la exposición de argumentos y propuestas, para otros (la gran mayoría, los seguidores de AMLO) el centro de la elección es el cambio, un cambio que pasa por la expulsión del PRI y del PAN de los gobiernos.

O sea, el argumento más fuerte en esta elección es el cambio, por más que a veces aparezca confuso e incierto, y que los debates no ayudan (ni los candidatos) a clarificar para los electores que no han decidido su voto.

El autor es analista político.

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