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Columna Huésped

Arte y frontera, dos ejemplos

Crear objetos que nos hablen del mundo y de nosotros mismos de una forma única, estimulante, personal, es lo que yo llamo arte. No necesitan tener firmas al calce ni pertenecer a un modelo establecido para disfrutarlos. Pero deben ser llaves que abran las puertas de nuestra percepción a mundos insólitos, maravillosos o terribles, a universos que nos quitan el aliento o nos ponen a reflexionar con su sola presencia. Las técnicas, los métodos, las acciones que conllevan pueden variar pero no el lazo permanente entre el creador y su creación, entre el autor y su obra. Arte es la corriente de energía que pulsa en cada objeto, el relámpago de iluminación que éste nos ofrece. Es cosa viva, criatura veraz, fuerza que nos mueve y nos conmueve como ninguna otra. Tejido de pensamientos y sensaciones. Vaso comunicante entre lo que intuimos y lo que sabemos, entre lo que conocemos y lo que ignoramos. Piedra para moler el grano de lo propio y lo ajeno hasta crear imágenes singulares que brillan con luz intensa.

Por eso hablar de arte no es hablar sólo de artistas sino entrar de lleno a sus obras, de lo que éstas dicen sobre el aquí y el ahora, sobre lo efímero y lo trascendente, lo extraño y lo común. Arte que nos liga a nuestro tiempo y nos lanza al infinito con cada creación: tan viejo y tan nuevo, tan original y tan convencional en su especificidad, en su unicidad. Pero siempre capaz de sorprendernos, de darnos un atisbo de lo que somos y de lo que podríamos ser. Arte de la razón y la sinrazón, de lo central y lo periférico, de lo comunitario y lo individual. Y si el artista vive en la frontera entre dos culturas, mejor aún porque de ese espacio en constante choque puede conjurarse la imaginación más desbocada, la fantasía más poderosa, la realidad más cruenta. Fricciones creativas a la vista de todos.

En el caso del arte bajacaliforniano, la condición fronteriza ha hecho posible la emergencia de artistas de la talla de Rubén García Benavides (Cuquío, Jalisco, 1937) y Pablo Castañeda (Mexicali, Baja California, 1973). Dos creadores visuales que lo mismo han incursionado en la pintura que en la fotografía. Dos formas diferentes de asumir lo fronterizo con su trabajo, con su manera de ofrecer testimonio sobre el paisaje desértico que los rodea, la realidad que los hace únicos, los intercambios culturales que han dado identidad a sus obras, sentido a sus creaciones.

Muchos artistas en Baja California reniegan de la frontera. Pero la frontera es una marca visible para quien contempla sus trabajos aunque los propios autores no la adviertan en sus obras. En el caso de Rubén García Benavides, quien es un pintor activo desde mediados del siglo XX, y de Pablo Castañeda, quien logra destacar en la entidad desde principios del siglo XXI, no hay tal ambigüedad ante la frontera: en vez de desdeñarla la toman para sí en aquellos elementos que les sirven para crear sus pinturas y fotografías. Ambos han hecho de su ubicación fronteriza una oportunidad antes que un obstáculo. La frontera, como vida, paisaje y reto, les ha servido para tomar de la cultura estadounidense aquello que les ayuda a exponer sus visiones creativas y hacerlas en forma contemporánea.

En el caso de García Benavides lo podemos ver en su apropiación de los hitos de su entorno, en especial del paisaje natural y arquitectónico de la región California-Baja California: autopistas, señales de tránsito, silos, fábricas, campos de cultivo, montañas de roca, planicies desérticas. En Castañeda es ostensible en su amalgama de objetos y sujetos de la cultura popular tanto de México como de los Estados Unidos.

En García Benavides, la frontera se presenta como espacios abiertos, llenos de horizontes improbables, que desafían la mirada del espectador. En Castañeda, la frontera es una tienda de curiosidades que expone artículos piratas como símbolos de nuestra era de consumo global.

En ambos casos estamos ante artistas que pintan lo que ven tanto como lo que imaginan. Sus obras no separan lo real de lo imaginario sino que los mezclan para establecer una visión propia que vive y respira, que pulsa y se expande ante nuestros ojos. Hay algo que los asemeja: su prolífica labor de llenar el mundo con sus mundos, con su espectáculo de espejismos y disfraces. Fiesta de la fertilidad a la orilla de la luz.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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