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Mirador

Terry, amado perro mío: ¿recuerdas cuando una súbita ráfaga de aire le arrebató la gorra a mi nieto pequeñito, y la hizo caer en medio del estanque? Ya iba a llorar el niño cuando saltaste al agua, nadaste con tu elegancia de cocker spaniel y se la trajiste.

Desde entonces se estableció entre él y tú una corriente de simpatía que ninguna ráfaga de aire les pudo nunca arrebatar. Cuando él venía a casa te alegrabas tú; cuando íbamos a la suya él se ponía feliz.

¿Qué extraña y honda comunicación existe entre los perros y los niños? No lo sé. Cuando tu vida se acabó todos nos entristecimos, pero mi nieto te lloró hasta que se quedó dormido, cansado de llorar.

Los años han pasado, Terry, pero él aún te recuerda, y eso que ahora es ya un muchacho. Hace unos días fuimos por el campo y llegamos al estanque. Él se detuvo al borde; quedó en silencio un rato contemplando el agua y luego se volvió a hacia mí y me dijo:

-¿Te acuerdas, abuelo?

Me acuerdo, claro. ¿Cómo olvidar aquello, Terry? Si un golpe de aire me arrebatara la memoria tú vendrías otra vez y me la traerías.

¡Hasta mañana!...

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