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Columna Huésped

1968: cincuentenario

de un año desafiante

1968 es un año mítico del siglo XX, tan legendario como 1914, 1939 o 1989, ya que comparte con estos otros años la fama de violento, disruptivo, liberador y desafiante. Y lo fue en distintas maneras, bajo diferentes circunstancias. En sus 12 meses de existencia, muchos acontecimientos fundamentales de nuestra historia y que han repercutido hasta el tiempo presente aún hacen ruido entre nosotros.

Pensemos en que en 1968 hubo la ofensiva del Tet y la matanza de My Lai en el marco de la guerra de Vietnam, que llevaron a que el pueblo estadounidense se percatara de que su gobierno mentía y que ese conflicto armado no lo iban a ganar en realidad. Y luego están los levantamientos populares y estudiantiles que incendiaron el mundo entero con sus demandas de cambios sociales, de mayor libertad política, de mejores condiciones de vida y de trabajo, de lucha por espacios para las minorías, desde afroamericanos hasta chicanos, tal y como se pudo ver desde Praga a París, de Chicago a la ciudad de México.

Y si a esto añadimos la esperanza que daban políticos de la talla de Martin Luther King, César Chávez y Robert Kennedy, quienes se esforzaban para sacar del atolladero en que se encontraba su país. Líderes con sueños comunitarios, de unidad y no de confrontación, algunos de los cuales tuvieron que pagar con sus vidas tales anhelos, como sucedió con los horrendos asesinatos de Kennedy y King en ese año fatídico. Y cuyas muertes trajeron más enconos, rencores y gritos de venganza, destrozos y mayores tensiones raciales en una nación que ya se estaba cayendo a pedazos.

En vez del amor y paz, el lema de 1967, 1968 fue el año de la revolución en marcha, de trifulcas y rebeliones en pleno escenario de la guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, donde los rígidos sistemas burocráticos implantados por ambos rivales se vieron rebasados por un juventud que no quería la guerra nuclear sino el gozo colectivo, el placer individual. Un mundo donde las ideologías eran vistas como obstáculos para la felicidad de las personas, como costumbres anticuadas para leer el mundo, un mundo que ya viajaba a la Luna, que ya quería saltar a las estrellas, que deseaba ver un futuro más cercano a 2001 de Stanley Kubrick que a la pesadilla del gran hermano señalada por la novela '1984' de George Orwell.

Los jóvenes veían, así, a los líderes de sus respectivos países como unos ancianos fuera de sintonía, que no captaban los imperativos personales del nuevo mundo tecnológico, lleno de nuevos sonidos, nuevos ambientes de vida, escuela y trabajos, nuevas formas de comportarse y vivir. 1968 es, por eso, el año axial en que el culto hedonista de los hippies se enlazó con el culto tecnológico de las computadoras y la inteligencia artificial. Todo lo que vino después: IBM, Apple, videojuegos, ordenadores, internet, redes sociales, nació en este caldo de cultivo, en esta discrepancia entre el deseo de un mejor futuro y el lastre de un mundo político que se estaba quedando obsoleto.

Tal vez el mejor ejemplo de este año sea el álbum blanco de los Beatles: un disco doble donde el grupo más famoso de la música popular ya no era una banda sino cuatro individualidades distintas, cuatro creadores que querían expresar lo que cada uno sentía, pensaba, quería. Y quizás la imagen que mejor simboliza 1968 sean las que captaran los astronautas del Apolo 8: una canica azul en la inmensidad del vacío cósmico.

¿Qué lecciones nos deja este año? ¿Qué podemos aprender de él 50 años más tarde? Y, sobre todo, ¿qué tan lejos estamos de sus sacudidas y trepidaciones, de sus conflictos? Pues a tanto tiempo de distancia seguimos teniendo muchos de los problemas de aquella era: la espiral armamentista, los políticos bribones (Richard Nixon entonces y Donald Trump ahora), la discriminación racial que sigue vigente, las matanzas contra la población civil, la violencia del Estado contra los disidentes, las guerras interminables (Vietnam entonces, Medio Oriente ahora). Un mundo que no quiere razones sino mano dura, que no admite el diálogo sino la confrontación innecesaria.

Por todo ello 1968 y 2018 son años tan funestamente parecidos, tan insidiosamente semejantes.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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