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Columna Huésped

Diana Palaversich: Entre

más lejos más cerca

Hay un gran número de escritores que les molesta que les digan escritores fronterizos, que los interpreten a partir de su ubicación geográfica en la periferia de un país o de una cultura. La frontera la ven como una categoría menor, como ser hijos de una realidad sin pedigrí. Yo, al contrario de estos autores que quieren escribir una literatura sin adjetivos, me encanta ser reconocido como un escritor fronterizo. Nací en un hospital a dos cuadras de la línea internacional y tengo viviendo más de cuatro décadas en una casa que está a tres cuadras del muro que divide a México de los Estados Unidos. Por las noches puedo oír los helicópteros y drones que la vigilan. La frontera no es, en mi caso al menos, una zona divisoria, una cicatriz dolorosa, un obstáculo vergonzoso o un campo de batalla, aunque todas estas cosas la frontera puede ser. Yo soy fronterizo como otros son costeños o de la sierra. Sólo que mi relación con el mundo es un hecho humano, una decisión política. La frontera me es sitio de juegos, lugar de diálogo, espacio para conocer a los otros sin filtros mitológicos o leyendas negras. Y de ahí me lanzo para escribir lo que escribo, para imaginar lo que imagino. La frontera como una dádiva, como la vida con todas sus paradojas y prodigios a mi entera disposición. ¿A quién pueden darle semejante regalo y que lo desprecie con la mano en la cintura? A mí no me interesa ese camino, se los aseguro. Como dijo Stendhal de Madame Bovary, la frontera soy yo. Desde luego que sí. Y que cada escritor la baile a su gusto. Y que cada creador la viva a su manera.

Por eso me alegra que el escenario crítico sobre la literatura norteña, fronteriza, se renovara a principios del siglo XXI y que sus nuevos críticos vinieran de fuera del país y fueran, mayoritariamente, mujeres académicas provenientes de España (Núria Vilanova), Alemania (Frauke Gewecke) y la India (Minni Sawhney). Aquí debo mencionar a Diana Palaversich, de la Universidad de Sydney, en Australia. Diana, de origen croata pero asentada en el hemisferio sur desde joven, ha sido una participante activísima de la literatura mexicana y, como ella lo dice, de sus “eternos debates”. Hace poco me señaló que “cuando la literatura del norte la escriben los norteños, ésta se critica, se tacha de folclórica, una invención del mercado y toda esa letanía, no obstante, cuando los escritores del centro se apropian de la temática y del idioma, no veo comentarios parecidos.”

Palaversich es una crítica de la crítica prevaleciente en nuestro país, una investigadora que ha recorrido la frontera norte con el propósito de no hablar por hablar de su literatura sino de leerla y vivirla de primera mano, sin filtros a su favor o en su contra. Gracias a ella, la literatura fronteriza dejó de ser un objeto de prejuicios centralistas y se volvió un campo de creación a estudiar en serio. En su primera visita a Tijuana, a principios del nuevo milenio, le dije que me encantaba que desde Australia alguien peregrinara hasta el norte de México para platicar con nosotros, sus escritores; que alguien cruzara medio mundo para conocernos a fondo. Algo que ningún crítico nacional había hecho en toda una centuria de indagaciones literarias. Le agradecí su gesto y ella me contestó: “Primero espera a ver qué escribo de ustedes”. Así es Diana: una mujer que piensa por sí misma, que no da nada por sabido, que hace de los textos de su interés, ya sean de Rafa Saavedra, Francisco Morales, Heriberto Yépez o míos, espacios de búsqueda y comprensión, de análisis puntual y crítica insobornable.

Hace poco Diana regresó a Mexicali para sumergirse en la cultura de frontera. Platicamos varias horas sobre nuestro tema favorito: la literatura del norte mexicano y sus autores, del insidioso malentendido de que el norte sólo produce narcoliteratura, del complejo de inferioridad que tantos escritores norteños tienen cuando intentan negar, aunque sus escritos delaten de continuo tal pertenencia, que sus obras se relacionan de muchas formas con el desierto o la frontera. Diana ha abierto, con sus textos y su presencia en nuestro país, ventanas a nuestra diversidad creativa, horizontes regionales para escudriñar lo que somos y lo que decimos, a través de la palabra escrita, de nuestra situación en el mundo. Bien por ella y mejor aún por nosotros.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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