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Columna Huésped

Voces chinas en el Mexicali de antaño

Hace poco, escuchando la radio local, me tocó una entrevista que le hacían a Yolanda Sánchez Ogás, la insigne cronista de Mexicali, en donde ella hablaba con gran entusiasmo de sus recuerdos del barrio de la Chinesca y de los restaurantes y cafés chinos de antaño. Lo que trajo a mi memoria el centro comercial en los tiempos del viejo Mexicali, cuando mi padre me llevaba a tomar agua de horchata o a comer jericallas a la resfresquería situada en los bajos del hotel Carrillo, por la avenida Madero. Y mientras mi padre pedía por ambos yo veía a los chinos viejos sentados en sus sillas leyendo periódicos en su idioma, largos papeles cubiertos de caracteres en tinta verde o púrpura. Y hablando entre ellos mientras tomaban el té o fumaban cigarrillos. En los pisos superiores del hotel se escuchaban voces de niños y mujeres. Yo trataba de subir la escalera central para enterarme qué había allá arriba, pero mi padre me lo impedía tomándome del brazo y sacándome de aquel lugar.

–Vamos, hijo. Toma tu vaso. Que se nos hace tarde.

Y yo me quedaba con las ganas de saber qué mundo había en aquel edificio de varios pisos, ya que por más misteriosos que se me hicieran los chinos en aquellos tiempos, siempre los he visto como parte de mi ciudad. Es importante recordar que aquí, en Mexicali, desde principios del siglo XX, chinos y mexicanos, sin más esperanza que la promesa de un futuro mejor, construyeron vías férreas para nutrir con mercancías a la naciente población y desmontaron las tierras del valle de Mexicali para cultivar en ellas el algodón, poniendo en marcha una comunidad fronteriza productiva y moderna cuyo centro vital fue el barrio de la Chinesca.

Ahora que los mexicanos dejan de considerar como sinónimo de libre mercado a nuestro vecino del Norte, ahora que la cuenca comercial del océano Pacífico ha tomado una nueva dimensión más asiática, ahora que China y Baja California comienzan a hacer el recuento de su larga relación, de su fructífera convivencia, podemos apreciar mejor la hazaña que representa Mexicali: una metrópoli edificada con el sudor de orientales y occidentales por igual. Una comunidad que tuvo sueños de seda y algodón, mientras se afanaba de cosecha en cosecha, de sol a sol, por hacer aquí su vida, por plantar la semilla de un porvenir abierto a todos sus ciudadanos, por cumplir la hazaña que llevaron a cabo chinos y mexicanos por igual, pues entre ambos transformaron el desierto en un valle agrícola a escala mundial. La Chinesca sirve hoy en día como símbolo urbano de nuestra voluntad conjunta por levantarnos frente a la adversidad, de hacernos grandes ante los retos de todo tipo.

Pronto los chinos dejaron su marginalidad y comenzaron a ser indispensables no sólo por su fuerza de trabajo sino por sus aportaciones a la cultura culinaria de Mexicali, ya que sus restaurantes de comida china y cantonesa terminaron convirtiéndose en los representantes de la comida típica de la ciudad frente a los visitantes del resto del país y del mundo. Pronto la comida china fue uno de los orgullos de Mexicali y hoy, en pleno siglo XXI, lo sigue siendo para propios y extraños. Tanto que ya existen restaurantes en México que ostentan que su comida es “auténtica comida china estilo Mexicali”. En la actualidad, en pleno siglo XXI, la Chinesca sigue siendo parte fundamental de nuestra cultura variopinta, patrimonio comunitario de todos los mexicalenses, de todos los bajacalifornianos.

Y a pesar de campañas en su contra, los chinos ya son uno de los rostros distintivos de Mexicali, una realidad que nos identifica y enorgullece. Forman parte de nuestra identidad colectiva como una de las primeras poblaciones extranjeras que impulsaron el desarrollo de nuestra ciudad y le dieron un toque cosmopolita, distintivo, único en nuestro país. Cuando paso por la avenida Madero y observo el antiguo hotel Carrillo, uno de los edificios más significativos de mi infancia, es como entrar a otro tiempo, a otro mundo, a otra realidad. Sitio de leyendas y voces guturales. Lugar de misterios que un dragón chino custodia para todos. Como esa escalera que, en el hotel Carrillo de mi infancia, nunca pude subir. Pero que aún me sirve de acicate para seguir estudiando el pasado de nuestra ciudad, su mezcolanza siempre viva, siempre original.

* El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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