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Mar de fondo

AMLO y la tierra prometida

Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha estado haciendo una campaña o precampaña electoral diferente a las dos anteriores. Ahora se siente más confiado, o por lo menos esa apariencia quiere dar, se ríe y se divierte ante las estrategias de sus adversarios y se aprovecha de sus pifias para ganar más votos o más simpatizantes, como ha sucedido con la supuesta injerencia de los rusos.

Dicho en otros términos, le ha quitado la aspereza y la tensión política que caracterizó su campaña en 2006 y en 2012, sobre todo en su crítica y enfrentamiento contra las élites políticas y económicas del país, a las que ha venido señalando como las responsables de las crisis sucesivas en México y de las condiciones que imperan en términos de desigualdad social.

Al mismo tiempo, otra estrategia seguida ha consistido en abrirles las puertas de Morena a todo mundo, incluso ha perdonado a Salinas de Gortari que antes era “innombrable” y ha invitado a miembros destacados de otros partidos para ser candidatos a diputados o a otra cosa por parte de Morena. Ahora habla mucho de unidad, de perdonar o de olvidar y de reconciliación entre todos los credos políticos y religiosos.

Otra parte en que está apuntalada su estrategia, y que aparentemente le está ganando muchas simpatías, es mantener un discurso o un planteamiento simple de sus principales propuestas frente a los problemas del país. AMLO ha reducido todo a una fórmula fácil de comprender para la mayoría de la población, pero también acorde a los estados de ánimo prevalecientes entre la gente que se siente agraviada y enojada por los graves problemas que tiene el país.

El problema con esto es que muchas de sus propuestas sirven, quizás, para ganar votos, pero no necesariamente encajan para resolver realmente varios de los problemas que tiene el país. Hay una simplificación extrema en casi todas ellas, formuladas para enardecer al público o para crear efervescencia política, lo que es válido en una campaña electoral, pero de ahí a pensar que son una “alternativa verdadera” hay una distancia enorme.

Un ejemplo que pude apreciar nítidamente en Tijuana, pero que es parte de su discurso general a lo largo y ancho del país, es la conjugación de estas ideas resonantes pero con muy poco sustento: si se le quitan las millonarias pensiones a los ex presidentes y se les reduce el sueldo a los ministros y otros funcionarios, si hay austeridad en el gobierno y ahorro en los gastos superfluos, etcétera, se podrá usar todo ese dinero en programas de desarrollo para el país, y así por el estilo.

Si viene a la frontera Norte habla de crear, otra vez, la llamada zona libre que es una demanda de los empresarios locales, pero que prácticamente es imposible si se quiere impedir que las ciudades fronterizas sean subsumidas por las de Estados Unidos o se desintegren del conjunto del país, como de alguna manera ha venido sucediendo a través de los años. El problema es complejo y amerita otras soluciones.

Así se puede seguir con otros ejemplos, como es el caso de la corrupción, los salarios, la educación, etcétera. AMLO ofrece las respuestas que la gran mayoría de la gente quiere escuchar, sean viables o no, porque en realidad este es el estado de ánimo que priva en la mayoría de los ciudadanos, que están hartos de lo mismo, de las promesas del PRI o del PAN, de la demagogia y las mentiras que se dicen en cada campaña electoral.

No es la solidez de las propuestas de AMLO lo que le hace ganar simpatías entre los electores, pues la gran mayoría de ellas no la tienen, sino la necesidad de creer que alguien que no pertenezca al PRI o al PAN pueda hacer algo desde la presidencia para cambiar el estado de cosas en el país. Su fortaleza está ahí, para bien o para mal, pues nos habla de una sociedad desencantada, decepcionada y agraviada, pero también de una sociedad en busca de un líder providencial que la venga a salvar.

La fuerza de AMLO, como lo he escrito otras veces, y que además machaca en cada uno de sus discursos en cualquier lado, está en una sociedad que se siente relegada, abandonada y discriminada por los gobiernos del PRI y del PAN, en cuyos mandatos han aumentado los privilegios y las riquezas mal habidas, así como la corrupción y el compadrazgo entre algunos cuantos.

De este modo, AMLO cabalga ligero en el lomo de este enojo social, prometiendo regresarle a la gente lo que aquellos gobiernos le han robado o le han arrebatado a lo largo de los años, engañándolo o reprimiéndolo cuando es necesario, así como cerrándole las puertas de un esperado ascenso social.

Eso es lo que puede llevarlo al triunfo, aunado a la debilidad de sus adversarios, pero no despeja las dudas de cómo gobernaría o si realmente habría voluntad y capacidad para cambiar radicalmente el rumbo del país. No siempre la “tierra prometida” es una buena propuesta para una campaña presidencial. También tiene sus bemoles.

El autor es analista político.

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