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Ecoanálisis

Nostalgia urbana

Continúo el hurgar en la memoria para consagrar los recuerdos. Aclaro que en la lista de los cines del domingo pasado, hablé de uno inexistente, el Cine Venus. Ignoro a qué memoria le consulté ese dato. Pero mi amigo y ex vecino de la Calle Bravo, don Mario Raya Amador, me recordó otro cine que omití: El Cine Tepeyac, al que nunca fuimos ni él ni Yo. Por la avenida Obregón, entre las calles Bravo y del Comercio acera norte, estaba La Casa del Radio, de don José Luis Magaña. La vi convertirse también en la casa del televisor, cuando se inauguró el Canal 3 y posteriormente los canales 9 y 11 del otro lado de la línea divisoria.

El señor Magaña le ayudó a mi padre y un grupo de amigos a instalar en nuestra casa uno de los primeros televisores que hubo en Mexicali. Requería de un “booster” o reforzador para poder recibir una pobre señal de estaciones de San Diego, California. En la misma acera, estaba la segunda de don Liborio. Un señor con instinto nato para los negocios. Vendía de todo. Una vez me quedé estupefacto al ver dentro de javas de palos, a unos enormes pájaros que tenían tres dedos. Ignoro dónde las consiguió vivas y vivas las vendió a algún circo. Años después conocí a la especie, era el ñandú, primo menor del avestruz. Cada vez que regresaba de clases de la Escuela primaria Leona Vicario, llegaba a ver las aves mientras las tuvo en su tienda.

En la calle Bravo, entonces sin pavimentar, jugábamos a todo. Mi padrino Teodoro Rodríguez, que fuera receptor del equipo de beisbol que antecedió a los ahora tristes y desplumados Águilas de Mexicali, participó en la Guerra de Corea y me trajo de recuerdo un enorme paracaídas. Lo atábamos a un carrito de lanza cuando soplaba fuerte el viento y nos arrastraba por toda la calle, casi sin circulación porque todavía no se conectaba al inexistente boulevard López Mateos. Al final de esta rúa, estaba el almacén de azúcar de Rubén Luquen, cliente y amigo de mi padre con el que intercambiaba gasolina por azúcar. De vez en cuando acarreábamos a casa, en el mismo carrito tirado por paracaídas, un costal de su producto.

Por la avenida Obregón, atrás de Aduana, después Cine Reforma, había un gran terreno en el que jugábamos beisbol cuando no estaba un circo o una de las carpas rodantes: la Corona o la Belmont. En la primera venían artistas de todo género. Cantantes de rancheras como José Alfredo Jiménez, y después César Costa en sus inicios. En la segunda venían Viruta y Capulina y los visitábamos en sus camerinos. Por el callejón Lerdo, que si entrábamos por la Calle Bravo salíamos en el Mercado Municipal, vivió unos años un saxofonista de apellido Laboriel que tenía dos hijos, Ella y Johnny, ella fue cantante solista y él, a la postre, vocalista del conjunto de los Rebeldes del Rock. Recuerdos, recuerdos.

*- El autor es investigador ambiental independiente.

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