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Mar de fondo

Los problemas de Meade

Para usar una metáfora más cercana a la gente, con su precampaña para aspirar a ser candidato presidencial del PRI, José Antonio Meade parece un “pez fuera del agua”. Es obvio que la política y el terreno electoral no es su campo y, en lugar de que eso que se creyó que podía favorecerlo, no le está ayudando para conseguir votos y entusiasmar a los ciudadanos. Pero además de esta característica, hay otros problemas que le están impidiendo avanzar en su campaña electoral. He aquí algunos cuantos.

Para empezar, Meade no ha sido plenamente aceptado en las filas del PRI o del priismo en general. La campaña de estos últimos 30 días ha estado más bien enfocada hacia el interior del partido, justamente para darlo a conocer entre sus propios miembros, sobre todo entre las bases clientelares que el priismo ha sabido mantener y cultivar desde hace años.

Si uno observa sus actos proselitistas en distintos escenarios y lugares, lo que se aprecia es una masa de asistentes mecanizada, con entusiasmos fingidos, ajena al discurso frío y acartonado de Meade, mezclado con consignas simples que buscan prender el ánimo entre los asistentes. El hecho real es que detrás de todos estos eventos hay un partido que “mueve” y coloca asistentes como parte de sus rutinas, pero totalmente desvinculados –afectiva y políticamente– del candidato presidencial.

Lo anterior está ligado a un segundo problema, un fenómeno que ya ha sido mencionado en algunos análisis pero que no se ha enfatizado lo suficiente. Y se refiere al papel que ha dejado de jugar el famosos “dedazo” dentro del PRI. Antes, cuando el PRI era el partido hegemónico, el dedazo ejercido por el presidente en turno era un mandato que se acataba inmediatamente por todos los grupos y sectores del priismo. Ahora esto ya no funciona así.

Y ya no funciona así, no porque el PRI se haya democratizado, sino más bien porque las bases sociales del partido se han resquebrajado o se han alejado de esa organización, o porque muchos de sus viejos liderazgos han desaparecido, lo mismo que algunos de los “sectores” que lo integraban, dando lugar a una pérdida de cohesión interna a nivel nacional. Las derrotas electorales y los casos de corrupción han tendido a reforzar esta situación.

Así, con un candidato anticlimático, ajeno al PRI, Meade, se encuentra con un partido deteriorado que no entiende su discurso y es totalmente ajeno a sus principales propuestas que se derivan del pensamiento tecnocrático.

Un tercer orden de problemas que tiene Meade es que, a pesar de que no pertenece a ese partido (lo que seguramente se consideró una gran ventaja), externamente se le identifica con los gobiernos priistas y panistas con los que ha trabajado, cargando con el peso de sus errores y, lo más grave, con todos los casos de corrupción que han brotado en los últimos años.

Si Meade no se deshace de ese peso muerto, incluyendo la sombra del gobierno de Peña Nieto, su candidatura no va a ir más allá del tercer lugar que ahora tiene en la mayoría de los sondeos electorales. Para hacerlo, es decir, para desligarse de todo eso, Meade tendría que tener una propuesta de gobierno propia, ajena al priismo y al panismo que han gobernado desde el 2000. Y lo cierto es que no la tiene, ni la va a cambiar en los próximos días.

Por si todos estos no fueran suficientes, hay muchos otros problemas en la candidatura de Meade. Uno básico que cualquier estratega electoral debería saber es que las campañas electorales son para crear una conexión “afectiva” entre el candidato y los electores, y esto no se puede lograr si el candidato sólo repite fórmulas técnicas, o habla constantemente de oferta y demanda, o de competitividad económica, etcétera, lo que no comunica nada a nadie.

Sus coordinadores de campaña tampoco le ayudan, así como tampoco la integración de Javier Lozano como vocero de su precampaña, con un discurso golpeador y agresivo hacia los adversarios políticos. En lugar de darle ventaja, estos personajes lo hacen ver como un candidato débil y desesperado por implantar su imagen y remontar el tercer lugar en que se encuentra.

En suma, Meade está solo y nadando a contracorriente, con un partido débil y sobre el que no tiene ningún control, defendiendo algo que es el origen del malestar social, pero además sin muchas posibilidades de poder desligarse y romper con una estructura que le ha sido impuesta por el actual grupo que gobierna.

¿Habrá cambios o se mantendrá hasta el final?

El autor es analista político.

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