En algún lugar
“El dolor personal, privado, solitario es más terrorífico que el que cualquiera pueda infligir” Jim Morrison En algún lugar virtual, las vivencias se propagan en un instante y adquieren contundencia al señalar los vicios tolerados y las complicidades que suelen encubrirlos. Y así, en una secuela inmediata, tras la denuncia que exhibe a los perpetradores, se rompe el silencio de las víctimas que encuentran alivio en la insólita coincidencia que las hermana… Tras la revelación del acoso y los abusos cometidos por Harvey Weinstein en el New York Times, miles de víctimas compartieron el dolor reprimido en respuesta a la invitación de la actriz Alyssa Milano en Twitter. La magnitud de las experiencias compartidas es inconmensurable: en la plataforma Twitter se recibieron los testimonios de víctimas de acoso y abuso sexual con la etiqueta #MeToo que registró más de medio millón de mensajes en las primeras 24 horas, por lo que se deduce que la dimensión cuantificable de este flagelo es apenas “la punta de un iceberg” como lo describe Emma Thompson. El abuso a los vulnerables es la manifestación más grotesca de nuestra bestialidad y en cualquier ámbito pululan los acosadores, en todas las jerarquías hay victimarios prepotentes: el ansia irracional del dominio surge en el hogar, por la fe, persiguiendo la fama, detrás de los esfuerzos por alcanzar un triunfo, por ser mujer, por ser infante, buscando una oportunidad, para asegurar el sustento, bajo amenazas, por la fragilidad o la impotencia. El escándalo Weinstein descubrió que el acoso sexual es una peculiaridad aberrante y un secreto a voces que envilece a quienes lo encubren. Pero si el acoso y el abuso son indignantes, lo es aún más la impunidad y las evidencias exhiben la podredumbre imperante en las instancias que deberían castigarlo: el cardenal Bernard Law, que encubrió a los sacerdotes pederastas denunciados en el Washington Post gozó de la protección del Vaticano y sigue libre; las revelaciones de la red de prostitución del rey de la basura, Cuauhtémoc Gutiérrez, no impidieron que fuera exonerado por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal; la cadena Fox renovó el contrato de Bill O’Reilly, el presentador acusado de acoso que pagó 32 millones de dólares para finiquitar la demanda; la Federación de Gimnasia de EU ignoró las denuncias de más de 300 niñas que sufrieron abuso sexual en los últimos 20 años; y en un cínico desplante de machismo, Woody Allen, acusado de abusar de su hija adoptiva, advierte que el escándalo Weinstein podría generar una caza de brujas. Recientemente, Unicef lanzó la campaña “Junto a todas las niñas del mundo” con el llamado global para involucrarnos en la protección de los menores vulnerables; creo que esta convocatoria debería extenderse a todos los rincones donde exista el riesgo del abuso: abundan las notas rojas por maltrato, abuso y explotación y el peor de sus estragos es la distorsión de la normalidad, “la cultura del machismo sostenido y del abuso del poder” descrita por Patricia Fernández de Lis que incluye al acoso como una circunstancia cotidiana y que la encubre con la oprobiosa densidad del silencio y la indiferencia. Extirpar el ansia irracional del dominio requeriría una mutación, mientras tanto, es imperativo agudizar el sentido atrofiado de la empatía para romper todos los silencios donde se ocultan los verdugos, para escuchar a las víctimas y prodigarles alivio en la insólita coincidencia que nos hermana… *La autora es Lic. en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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