La incorrupción del agua
En Sonora existen algunos lugares comunes en torno al agua que bien vale desmitificar.
En Sonora existen algunos lugares comunes en torno al agua que bien vale desmitificar.
En primer lugar, se asume que su distribución se destina esencialmente a los hogares. La realidad es otra. Las últimas Estadísticas del Agua en México (2018) publicadas por Conagua muestran que en Sonora el 88% de la extracción corresponde a uso agrícola. Ese porcentaje sitúa a la entidad en el cuarto puesto nacional, sólo por detrás de Sinaloa (94%), Colima (93%) y Chihuahua (89%). Sonora es también el segundo lugar nacional en volumen concesionado al uso agrícola, con 6,390 hectómetros cúbicos que la sitúan sólo por detrás de Sinaloa (9,005 hm3). Es decir, en Sonora hemos elegido -o nuestros representantes lo han determinado así- que el uso agrícola tenga una prioridad sobre el consumo doméstico. Lo anterior ha quedado evidenciado en las últimas sequías, donde se limita antes la distribución urbana que la rural.
Esto guarda un estrecho vínculo con el segundo mito: «El único responsable de la escasez del agua en Sonora es el clima extremo». Las estadísticas en contrasentido son elocuentes. El agua renovable per cápita -la cantidad máxima de agua por habitante que es factible explotar anualmente sin alterar el ecosistema y que se renueva por medio de la lluvia- asciende a 2,358 metros cúbicos, mismos que sitúan a nuestra entidad en la posición 19 a nivel nacional. Es decir, hay trece estados con menos disponibilidad potencial. De nuevo, el problema apunta a cómo se distribuyen los recursos por obra de un arreglo social o político.
El agua está lejos de ser incorruptible, empezando por su manejo. En Sonora existe una corrupción desinhibida en el otorgamiento de concesiones de pozos y una sobreexplotación de mantos acuíferos que los gobernantes han tolerado por temor a enfrentar a los grandes terratenientes. Existe también reticencia a revocar concesiones (o metros cúbicos, al menos) y a cobrar la cartera vencida que acumulan los productores del campo en contubernio con el poder político. Impera también un severo tráfico de influencias en los organismos operadores y en los consejos consultivos del agua. Es bochornoso e inaceptable que se culpe a la naturaleza de aquello que el privilegio ha agravado.
Por supuesto que atender asuntos estructurales como las fugas, la infraestructura deteriorada del campo y la rehabilitación de plantas de tratamiento de aguas residuales -donde Sonora ya destaca sobre el resto del País- ayudará, pero será insuficiente. Acciones afirmativas que corrijan adeudos históricos con los pueblos originarios también deberán ser implementadas en un futuro cercano. Asimismo, debe lanzarse una auténtica campaña de cultura del agua, donde se incluya un componente social que fomenta la reflexión sobre las prioridades en la distribución y eleve a rango de intolerancia la distribución inequitativa vigente.
Las siguientes administraciones municipales y el próximo Gobierno estatal tendrán la oportunidad de tomar al toro por los cuernos y combatir la asfixiante corrupción en torno al agua como se barren las escaleras: Arriba-abajo. Destapar cloacas no siempre es agradable, pero seguir ocultando el polvo debajo del tapete podría llevarnos a depender cada vez más de las lluvias y cada vez menos de un contrato social justo, donde los recursos escasos sean regados como danzan los aspersores: De abajo a arriba y en horizontal.
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