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Un venado para recordar

Del baúl de los recuerdos cinegéticos, esta historia. Un día como hoy pero de 1974 acampamos al pie del viejo palo fierro. Nos llovió aquella noche muy fría y nos tapamos con lonas.

Del baúl de los recuerdos cinegéticos, esta historia. Un día como hoy pero de 1974 acampamos al pie del viejo palo fierro. Nos llovió aquella noche muy fría y nos tapamos con lonas. El grupo estaba integrado por mi padre, Armando mi hermano, Manuel Cerda (†), Rafael Lara (†), mi primo Edmundo Landeros y Yo. “¡Arriba mi fregón¡” resonó la voz de Rafael Lara en el arroyo, todavía oscuro. Levanté la cabeza y topé con la lona blanca por la escarcha. ¡qué trabajo cuesta dejar la tibia bolsa de dormir! Al pararnos Rafa ya tenía lista una enorme cafetera. “Ya se limpió, no va a llover”, dijo Rafael. “¡El cerro de la noche (Witi) está blanco de nieve mi fregón!, continuó Rafael que ya había echado una oteada alrededor. Empezamos a caminar antes de salir el Sol. Manuel y Edmundo enfilaron rumbo al Cerro Colorado. Don Alberto y mi hermano hacia Jaquejel. Rafael y Yo seguimos un arroyo ascendente hacia el llamado “cordón de la vereda” que no nos permitía dominar mucho terreno. Solamente podíamos ver hacia arriba ya que las laderas aún estaban oscuras. A pocos minutos de andar Rafa se detuvo bruscamente y me señaló con su índice derecho hacia arriba de la loma: “Ahí está uno fregón” dijo en voz baja. Recortado contra el claro del cielo amaneciendo, vi la silueta de un venado comiendo como a unos 150 metros. ¡Sus astas se veían grandes! “Tírale tu primero, mi fregón” me dijo Rafa. Me mamposté con dificultad entre unos agaves del desierto cuidando no ensartarme con las largas hojas que en los agaves terminan en bravas espinas. Rafael cogió con su mano izquierda la rama gruesa de un ocotillo y apuntó también con su Remington modelo 721 en calibre .270. Centré la cruz de la retícula en donde quedaría la paleta del ciervo ya que todo era una silueta oscura contra el claro del amanecer, y disparé. Al trueno siguió el disparo de Rafael. “Cayó, cayó, mi fregón” dijo Rafa. El venado se desplomó como abatido por un rayo. Empezamos a subir la loma con los corazones latiendo muy fuerte. “Rafa, otro venado, otro venado”, grité mientras veía botar entre los agaves a otro ciervo como de 6 puntas. Para cuando Rafael pudo verlo el animal estaba a punto de desaparecer, sin poder dispararle. Era compañero del que acababa de caer. Por fin en el filo de la loma, entre agaves, jojobas, biznagas y ocotillos yacía un ciervo de astas majestuosas. Lo primero que advertí fueron sus 10 puntas en una cornamenta amarilla y típica de un venado bura: dos horquetas a cada lado con sus respectivos guardaojos. ¡Unas astas casi perfectas en su simetría!, un “venadazo” para Baja California. ¡Pero tenía un solo balazo! “Usted tiró primero, es suyo”, dijo Rafael en un gesto de nobleza y compañerismo. Mañana se cumplen 46 años y sigo recordando esos momentos y admiro en casa el trofeo que compartí con un amigo. Fotos en FB.

* El autor es Investigador ambiental.

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