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Un abrazo hasta la eternidad

Son casi las nueve de la noche y me encuentro en pleno vuelo, a 33 mil pies de altura rumbo a la Ciudad de México, el día de ayer, Juan Fiorentini Ulacia, el primo que inauguró a la generación de hijos de la familia paterna ha muerto a los 59 años de edad.

Somos lo que hacemos

Son casi las nueve de la noche y me encuentro en pleno vuelo, a 33 mil pies de altura rumbo a la Ciudad de México, el día de ayer, Juan Fiorentini Ulacia, el primo que inauguró a la generación de hijos de la familia paterna ha muerto a los 59 años de edad;  malhaya la muerte que llega sin avisar, que no respeta condición alguna, que no le importa diferenciar entre tanto hijo de puta que está suelto haciendo que la vida sea tan difícil para muchos y la gente de bien, que con su esfuerzo diario no sólo construye un familia maravillosa sino que a través de su trabajo diario hace de nuestro país uno mejor, con todo y que hay miles de políticos empecinados en darle en la madre diariamente.
Le invito a que la reflexión de éste Camelot la haga suya, que usted piense no sólo en Juan, sino en todas aquellas personas que cercanas a su entorno han fallecido; desde hace tiempo he dejado de pensar que Dios y sus designios llevan mano en la determinación de quién vive y quién no, cuantimás si se trata de entender las condiciones cuando alguien en su máxima plenitud, muere sin mayor explicación más allá de la que la vida es así y uno tiene la obligación de continuarla. Si Dios existe y es justo, definir quien vive y quien no sería contrario a cualquier elemental definición de imparcialidad.
Otra vez la muerte tocó la puerta cuando nadie la esperaba, aprovechándose de la cotidianidad de cada día para recordarnos lo pequeño que somos, lo poco que nuestra opinión pesa cuando la pinche muerte decide hacer suya la voluntad de terminar con el regalo más precioso que tenemos, la vida.
Es en estos momentos en los que uno se pregunta por el camino recorrido, por los hubieras que nunca existirán y por la futilidad que nuestra pequeñez nos restriega en la cara cuando uno se asume feliz por tenerlo todo en la vida. La muerte es esa compañera silenciosa que nos acompaña desde el inicio de nuestros días y que de una manera callada y sencilla decide hacerse un lado y nunca molestarnos hasta que su tiempo llega, sin tener la menor oportunidad de alejarla, de mandarla mil veces al carajo primero antes de que toque la puerta de la casa de uno de nuestros seres queridos.
Cada quien tiene a sus muertos, con total seguridad todos seremos algún día el muerto de alguien, por eso a mí me gusta tener a mis muertos lo más vivos posible, por ello siempre recordaré a Juan como el primo más alto, el más narizón y el que junto con Paty fue inmensamente feliz, el que hizo de Huasca un lugar especial,  el que estuvo siempre que había que estar para que Lorena, Andrés, Mónica, Claudia y Aldo fueran la mejor compañía de tío Juan.
Yo lo que quiero es que la tía loly le haya recibido con el beso más grande posible, ese que sólo una madre después de muchísimas noches sin vernos es capaz de otorgarnos, que será seguramente el preámbulo para cuando tío Juan, su papá, toque su puerta y le pida cobijo para que los tres se fundan en el abrazo más grande y hermoso posible.

*El autor es empresario, ex dirigente de la Coparmex Mexicali.

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