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Táctica de supervivencia

Una tarde de diciembre “gemeleaba”  (observar con binoculares), la falda de una loma en una sierra sonorense.

Una tarde de diciembre “gemeleaba” (observar con binoculares), la falda de una loma en una sierra sonorense. Era la boca de una larga cañada y tenía por objeto asegurarme si había algún venado cola blanca macho que era el objetivo de la expedición. De pronto advertí un movimiento atrás de un palo verde. Concentré mi atención en el sitio y distinguí la figura esbelta de una venada, luego otra y otra más. Ramoneaban tranquilamente las hojas tiernas de este árbol, mientras sus orejas monitoreaban en todas direcciones el silencio de la tarde a unos 400 metros de mí.

Me cercioré que no había ningún macho con ellas y caminé lentamente tras las ramas para descontar unos 100 metros de distancia. Me senté tras una biznaga alta para deleitarme con el bello paisaje y hermoso atardecer. De pronto, al mismo tiempo las tres venadas voltearon al lado opuesto de la cañada. Metieron sus blancas colas entre sus patas, agacharon sus cabezas estirando el cuello con las orejas untadas hacia atrás. Sigilosamente se escondieron en las ramas bajas del palo verde. Quedé atento e inmóvil en espera de averiguar de qué se escondían. Luego escuché ruido de piedras y ramas de algo que bajaba entre ellas y Yo.

Quince minutos tardó en aparecer Antonio Covarrubias, un compañero cazador de la CDMEX. Llegó a unos 100 metros del escondite de las ciervas y se sentó a descansar. Los animales no se movieron, entonces me levanté y hablé fuerte. Caminé hasta reunirme con él entablando una conversación. Al llegar me dijo: “Aquí no hay nada”. Respondí: “Lo que pasa es que los venados no se dejan ver”. “Pues yo no he visto nada en toda la tarde”, respondió un poco enfadado. ¿Me creerías si te dijera que a 100 metros están escondidas tres venadas? Se echó a reír. “Pues es cierto, dije”, ¿ves ese palo verde? “Se acaban de esconder tres animales cuando te oyeron bajar”.

Toño no creyó y tenía razón para alguien que no conoce las tácticas de sobrevivencia de estos animales. “Quédate ahí y observa”, dije, dejé el rifle y los binoculares en una piedra y caminé hasta el escondite. A 50 metros del palo verde grité, hice ruido de ramas, tiré piedras y nada. Toño me veía incrédulo aún. Empecé a ponerme nervioso, llegué hasta el árbol y empecé a jalonear las ramas. Cuando Toño me gritó que ya estaba bueno, el palo verde explotó y saltaron las tres venadas y huyeron por el arroyo. El cazador se quedó con la boca abierta. ¿Si eso hacen las hembras a las que no disparamos, que no harán los machos tan perseguidos por nosotros?

Fue una de esas lecciones que nunca olvidan profesor y alumno, tan es así que la comparto después de 40 años. En el venado bura nunca pude observar esta táctica de sobrevivencia. Pero sí la practica el faisán macho que sobrevivió a su primera y segunda temporada de caza. Fragmento de un nuevo libro en edición.

*- El autor es investigador ambiental independiente.

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