¿Se acabó el encanto?
Las más recientes encuestas de algunos medios que miden la aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador, indican que su imagen se está erosionando entre algunos sectores de la población, quizás no a niveles preocupantes todavía, pero empieza ya a definirse una tendencia.
Las más recientes encuestas de algunos medios que miden la aprobación del presidente Andrés Manuel López Obrador, indican que su imagen se está erosionando entre algunos sectores de la población, quizás no a niveles preocupantes todavía, pero empieza ya a definirse una tendencia.
La encuesta del diario Reforma de la semana pasada, por ejemplo, muestra que el presidente tenía una aprobación del 78 por ciento en marzo del año pasado, y ahora un año después tiene 59 por ciento, una caída de 19 puntos en un año. En tanto que la desaprobación va en aumento pues del 18 por ciento que tenía hace un año ha pasado ahora al 35 por ciento.
Algunas encuestadoras como Buendía y Laredo agregan un dato significativo como es el hecho de que esta caída es más acentuada entre la población con estudios universitarios, pues de representar el 68 por ciento en agosto de 2019 que aprobaban la gestión de AMLO, en febrero pasado descendieron a 43 por ciento.
Hay muchos factores para explicar la caída en la aprobación de los gobiernos pero hay casi invariablemente uno que es contundente: la falta de resultados en las áreas más sensibles o más urgentes de la realidad, y que se aplica perfectamente al caso del gobierno de López Obrador.
Era bastante previsible, aunque por las características de su triunfo y su porcentaje, lo inédito del triunfo de un partido nuevo, el hartazgo, etcétera, nadie quería aceptarlo o verlo. Muchos seguidores de AMLO y el mismo presidente se han concebido como entidades blindadas que nada les puede afectar o hacerlos perder fuerza.
Pero la realidad no se comporta así. Con todo rigor, un gran número de electores o de ciudadanos da (consciente o inconscientemente) a un gobierno un determinado tiempo para ver resultados, dependiendo si es un presidente municipal, un gobernador o un presidente del país, pero también dependiendo de la situación que prevalezca en el momento que asuma el poder.
En el caso de López Obrador no ha sabido leer que detrás del apoyo masivo que recibió en las urnas no sólo había un gran rechazo hacia las otras opciones políticas, sino también un clamor por lograr un cambio profundo, particularmente en el ámbito de la economía (empleo, salarios, etc.), la seguridad (combate a la delincuencia), la corrupción y la provisión de servicios básicos de enorme importancia para la población como es la salud y la educación.
En lugar de políticas nuevas alrededor de estos temas AMLO ha buscado, fundamentalmente, “moralizar” a la sociedad, construyendo una narrativa que en lugar de ver más hacia el futuro ve hacia el pasado (en especial hacia la época de la Reforma), con sus bloques entre buenos y malos, y en los que descalifica la legitimidad de otras luchas y de otros sectores sociales, como está sucediendo con el caso de las mujeres.
Es aquí donde se está abriendo una brecha entre la visión del presidente y el sentir de amplias capas de la población que quieren ver resultados, al tiempo que buscar preservar valores que, se quiera o no, se fueron imponiendo durante los últimos 20 años como son la inclusión, la equidad, el pluralismo político, la diversidad, la democracia (con todas sus imperfecciones y taras políticas), la descentralización del poder, etcétera.
López Obrador no se ve como un presidente construyendo un nuevo país, sino más bien como un presidente luchando contra molinos de viento, contra adversarios imaginarios a los que les otorga un poder que no tienen en la realidad. No se ve convocando a todos los grupos de la sociedad a enfrentar los desafíos del país, en un esfuerzo colectivo, sino más bien se ve como un solo líder que convoca a que lo sigan y lo obedezcan o lo reverencien.
En lugar de que la sociedad se esté cohesionado bajo el gobierno de AMLO, se está disgregando y fracturando, enfrentados unos con otros (conservadores, neoliberales, reaccionarios), en una vieja noción marxista de “lucha de clases” de burgueses contra proletarios (o al revés), haciendo que las diferencias afloren y estallen en múltiples agresiones.
Es un discurso contradictorio y confuso, pues al mismo tiempo que atiza las diferencias entre los grupos sociales, busca “moralizar” a la sociedad manifestando posturas conservadores en el ámbito de la convivencia y las costumbres. Es decir, radicalismo y provincianismo a la vez.
Quizás el ejemplo más claro donde López Obrador se ha topado con una realidad que rechaza y le disgusta profundamente es el de la lucha de las mujeres contra los feminicidios, el paro del 9 de marzo y las voces que se alzan y lo desafían, así como al patriarcado y el machismo que priva en México. Grave error del presidente.
* El autor es analista político.
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí