Rafael Corella: primer empresario cinematográfico
Para entender la situación de nuestra entidad en las primeras décadas del siglo XX.
Para entender la situación de nuestra entidad en las primeras décadas del siglo XX como protagonista del cine de Hollywood hay que entender que la frontera era vista como una región depravada, donde todos los pecados se cometían en plena vía pública. Para los puritanos estadounidenses, la frontera mexicana y los propios mexicanos eran demonios que tentaban a los “inocentes” ciudadanos americanos que caían en sus garras. El cine de Hollywood magnificó esta percepción distorsionada de la frontera y, en especial, de las ciudades fronterizas bajacalifornianas al exhibirlas como lugares de placeres sin fin, de escandalosas conductas individuales y colectivas frente al temple moral del american way of life. Bajo esta premisa por demás sesgada y parcial, poco podían hacer los bajacalifornianos mismos, excepto soportar con estoicismo el vendaval de críticas, algunas fundadas y otras no, que formaban parte de una campaña moralista en tiempos de fricciones de todo tipo -políticas, sociales, culturales- que se daban entre ambos países y, sobre todo, a partir de la Revolución Mexicana que poco o nada les gustó a las autoridades del otro lado.
En muchos sentidos, Baja California siempre ha servido, al menos para Hollywood y su perspectiva cinematográfica, como una realidad aparte y al mismo tiempo colindante con los Estados Unidos y sus habitantes. Baja California es el territorio donde el malhechor puede refugiarse y ejercer su venganza o salir impune. Territorio de la fuga y la escapatoria como road movie clásica. O escenario truculento, como en Mexicali Rose (1929), una de las primeras cintas sonoras bajo la dirección de Erle C. Kenton y con Barbara Stanwyck como protagonista, en que el mundo fronterizo se nos presenta como una muchacha seductora que no se detiene ante nadie ni nada. O en Bordertown (1935), filme de Archie Mayo y con Paul Muni y Bette Davies como antagonistas, que es el escaparate de un Mexicali en plena ley seca y casinos funcionando las 24 horas del día. Mundo de vivales y tiburones al acecho, de ruletas girando y mujeres fatales rondando por las ganancias.
Para contrarrestar esta serie de producciones, hubo muchos intentos por parte de la prensa escrita de Baja California, incluyendo folletos y libros que daban a conocer las maravillas de nuestra entidad en aquellos tiempos y el espíritu progresista de sus respectivas comunidades, tratando de hacer a un lado que, en realidad, Baja California era un espacio abierto para que los estadounidenses vinieran a divertirse cuando en su propia tierra no podían, por acatamiento de la ley seca, tomar bebidas alcohólicas. Pero los intentos de la prensa escrita no fueron suficientes y ante este dilema de mostrar que el Distrito Norte no era sólo vicio sino trabajo y construcción, esfuerzo y sacrificio, es que surge Rafael Corella como el pionero de la cinematografía bajacaliforniana, dando inicio a una nueva etapa de los medios de comunicación entre nosotros.
Corella había llegado en la segunda década del siglo XX a Mexicali y había trabajado en esta población fronteriza como empresario de pompas fúnebres. Con el clima extremoso y las difíciles condiciones de vida de esta zona desértica, al parecer a su negocio le fue muy bien y siempre tuvo una numerosa clientela a su disposición. Pero a Corella lo que de verdad le interesaba era el cine como espectáculo. Pronto se dedicó a la exhibición de películas, que sólo se conseguían al otro lado y, para ser más precisos, en la ciudad de Los Ángeles, California. Sus visitas a esta ciudad lo pusieron en contacto directo con la industria cinematográfica y lo convirtieron en una figura bien relacionada con todos sus participantes. Corella se percató de las grandes posibilidades que implicaba el cine para difundir mensajes a la sociedad.El cine no era sólo entretenimiento y glamor, sino un vehículo de ideas, un instrumento para enseñar cosas propias, un medio para divulgar la otra cara de nuestra nación.
Lo más significativo es que don Rafael vio que tenía todos los recursos a su alcance para cumplir con tales propósitos y más con la ubicación de Mexicali tan cerca de Hollywood. Para 1924, ya con Abelardo L. Rodríguez, un sonorense como él, en el gobierno de Baja California, sus sueños comenzaron a tomar forma al ser apoyados por las autoridades del Distrito Norte. Su primera aventura como productor-director fue hacer películas documentales sobre las maravillas naturales y humanas de este lado de la frontera. Pero eso ya hablaremos en otro artículo.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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