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¡Por puro gusto!

Por obvios motivos septiembre es un buen pretexto para pensar en nuestro país, para reflexionar respecto a qué es la patria, cuál es nuestro papel y cómo nos percibimos nosotros mismos.

Somos lo que hacemos



Por obvios motivos septiembre es un buen pretexto para pensar en nuestro país, para reflexionar respecto a qué es la patria, cuál es nuestro papel y cómo nos percibimos nosotros mismos en su construcción; la semana anterior El Camelot “209 años después” pretendió marcar algunas de nuestras similitudes entre el México de 1810 y el que hoy, 209 años después sigue sin la cohesión de un proyecto de país, rehén de dos factores plenamente identificables: las ideas y ocurrencias del grupo gobernante en turno y mexicanos más preocupados por sus derechos que por el cumplimiento de nuestras obligaciones.

Por un lado seguimos asumiéndonos como los hijos de la chingada, producto del abuso del español que llegó a mancillar a nuestras mujeres, a cambiarle oro por espejitos a nuestros indígenas, para dar inicio a un profundo, durísimo y cruel proceso de evangelización y pasar con ello de venerar a dioses sangrientos y sanguinarios a la justificación de la virgen morena del Tepeyac para seguir avasallando a nuestra gente, para seguir pensando que el pueblo bueno es el religioso y no el trabajador, el moralmente responsable de sus actos y capaz de sostener sus acciones al amparo de la ley, no de la palabra del cura en turno.

Nos definimos como promotores de la familia pero incapaces de tomar a carta cabal el respeto que implica hacer fila, no tirar basura, respetar nuestro entorno para terminar encomendándonos a nuestro “santito” para que el policía de la esquina no nos vea cuando nos pasamos el semáforo por el puro gusto de hacerlo. Nos asumimos conservadores de bolsillo, menospreciando cualquier ejercicio intelectual que implique cuestionar nuestros principios y creencias adquiridas, desde nuestro fervor guadalupano pasando por la defensa de las libertades individuales; casi jamás dispuestos a debatir públicamente los temas que nos son adversos, poco importa si se trata de un cada vez mayor mercado de consumo de drogas blandas o de la educación sexual que nuestros hijos requieren para ejercer, a su debido tiempo, una sexualidad responsable; aunque nosotros estemos seguros que es mejor no hablar de ello, pensando que si lo evitamos nuestras hijas permanecerán más vírgenes que todas las vestales juntas.

Seguimos teniendo la chispa de la improvisación, nuestro ingenio para componer lo que aparentemente no tiene arreglo es más grande que la creatividad de Cantinflas; nos seguimos riendo a carcajadas de la muerte, de la pelona que siempre nos la pela hasta que llegue nuestra hora y no tengamos más remedio que la de ser parte de la tradición de nuestros muertos vivos cada primero de noviembre.

Pocas costumbres como la nuestra, es que de verdad que no hay mesa más cálida en el mundo que una mexicana, en ningún otro lugar del mundo se come tan basto y tan bien como lo hacemos nosotros, desde un par de tortillas y frijolitos con sal, hasta las comidas que mamá hacía cada domingo; en México hay millones de motivos para brindar, lo hacemos por alegría, por dolor, por recordar a los que se han ido, por los que están y todavía no se van, brindamos porque la vida nos ha dado la oportunidad de hacerlo, brindamos por los amigos, por nuestros triunfos y por las derrotas, ya sean nuestras o ajenas, hoy nos toca seguir brindando porque podemos, porque sí, por puro gusto… ¡Viva México!



*El autor es empresario, ex dirigente de la Coparmex Mexicali.

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