Nostalgias por un mundo que ya no existe
El año de la pandemia, la era del coronavirus, el tiempo del enclaustramiento, han servido para que la humanidad detenga su carrera desbocada por el consumo a cualquier precio y se ponga a pensar la clase de sociedad en que nos hemos convertido
El año de la pandemia, la era del coronavirus, el tiempo del enclaustramiento, han servido para que la humanidad detenga su carrera desbocada por el consumo a cualquier precio y se ponga a pensar la clase de sociedad en que nos hemos convertido, una sociedad globalizada donde la cercanía es nuestro talón de Aquiles, donde los viajes a todos los destinos turísticos es lo que nos hace más vulnerable a las enfermedades contagiosas. Recordemos que el coronavirus empezó en China, pero fueron los cruceros turísticos y los aviones de pasajeros los que sirvieron de transportes efectivos para que se extendiera hasta el último rincón de nuestro planeta en pocas semanas.
En los primeros meses de 2020, cada día que pasaba con nuevas noticias sobre la extensión de la pandemia, me hacía pensar en Twelve Monkeys (1995), la película de ciencia ficción del cineasta inglés Terry Gilliam. Si se acuerdan, esta cinta cuenta, en retrospectiva, una enfermedad que mata a la población humana y deja la tierra de nuevo en poder de los animales y las plantas. La trama tiene que ver con viajes en el tiempo desde el futuro para tratar de prevenir que la pandemia aparezca. Los enviados al pasado no logran detenerla. Pero, como dice la pasajera que se sienta al lado del hombre que va a esparcir el virus por el mundo entero, siempre hay alguien listo para prevenir el horror que está por desatarse.
Pero cuando entramos a la etapa de la cuarentena por el Covid-19, cuando la gente tuvo que quedarse en casa le gustara o no, el referente de ciencia ficción ya no fue para mí el mismo. El aislamiento no fue nunca el problema, sino la duda existencial de muchos habitantes del siglo XXI: ¿qué pasará después de esto? ¿Volveremos a la normalidad que teníamos hasta antes de la aparición de este virus? ¿Podremos reiniciar nuestras vidas como si nada hubiera pasado?
Y para ser más preciso: ¿nuestras conductas sociales van a modificarse radicalmente o regresaremos a más de lo mismo? ¿Cambiaremos nuestras actitudes frente a las reuniones, los acercamientos, las multitudes? Y luego, cuando algunos países volvieron a abrir sus negocios, sus fábricas, sus centros comerciales, lo que vimos fue un deseo colectivo por volver a las formas de conducirnos que anteriormente practicábamos. Y la gente inundó los mercados, las playas, los parques públicos. La multitud, por más sana distancia, quería el aire libre, la voluntad de convivir con todos y todas a la vez.
Y entonces pensé que si ni con una pandemia tan agresiva habíamos aprendido a moderarnos, es que éramos carne fresca para el siguiente virus que aparecerá en cualquier momento y será peor que el coronavirus. Que la humanidad tal y como la conocíamos hasta ahora tiene sus días contados, aunque nos autoengañemos diciendo que hemos vuelto a la normalidad, aun cuando tal normalidad sea con uso de guantes y mascarillas.
Y allí, en esos días, recordé un cuento de Ray Bradbury, el escritor estadounidense. Hace mucho tiempo leí Las maquinarias de la alegría, un libro publicado en 1964. En este libro hay una buena cantidad de cuentos de primera, como Al abismo de Chicago. En este relato, si mal no recuerdo, un hombre viejo anda esparciendo frases en los lugares públicos que son dolorosas y subversivas al mismo tiempo.
Estamos en un futuro donde la sociedad de consumo ya no existe, donde la globalización es historia antigua. Y el viejo, el protagonista de este cuento, se la pasa susurrando nombres de objetos y productos que hicieron las delicias de la humanidad en otra época: automóviles, dulces, cereales, cigarrillos. Dice Milky Way. Dice Marlboro. Dice Corn Flakes. Y la gente reacciona llorando porque él los describe con sus colores y aromas, como si los estuviera probando en ese mismo instante. Y dice: “todo lo que soy es un montón de cachivaches, de cosas mediocres, de desechos y baratijas de tercera mano, cromadas, de una civilización que corrió y saltó al precipicio. De modo que todo lo que ofrezco es en realidad brillantes fruslerías.”
Sí, las fruslerías de una sociedad como la nuestra: llena de artilugios maravillosos, pero incapaz de solidarizarse entre sus miembros para enfrentar a un virus letal que a todos afecta. Nuestro futuro bien puede ser de nostalgias por lo que perdimos, de remembranzas por lo que ya no existe. Un bravo mundo infeliz.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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