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¿Más poder al presidente?

Andrés Manuel López Obrador es quizás el presidente de México que, constitucionalmente, tiene más poder que varios de los que lo han precedido en los últimos años, pero no así desde el punto de vista político.

Andrés Manuel López Obrador es quizás el presidente de México que, constitucionalmente, tiene más poder que varios de los que lo han precedido en los últimos años, pero no así desde el punto de vista político. Por lo siguiente: porque la figura presidencial se ha ido devaluando durante los últimos sexenios y, segundo, porque bien o mal surgieron nuevos actores políticos y afloró una mayor pluralidad social y política en nuestro país.

Con la elección de 2018, Andrés Manuel retornó a la situación institucional que imperaba durante la larga hegemonía del PRI, en la que el presidente tenía mayoría tanto en la cámara de diputados como en la de senadores, y en donde el presidente o el poder ejecutivo era el vértice del poder político. Es decir, toda la vida política y todo el resto de los actores giraban alrededor de la figura presidencial.

Este viejo presidencialismo que tuvo vigencia durante setenta años bajo los gobiernos priistas, se interrumpió a partir de 1997 cuando el partido oficial perdió la mayoría en la cámara de diputados y, sobre todo, a partir de 2000 cuando por primera vez en la historia pierde la presidencia.

Pero ahora este presidencialismo está regresando con López Obrador. Se aprecia en varios aspectos que, aparentemente, son intrascendentes pero que son propios de un gobierno presidencialista. Entre ellos, por ejemplo, el afán de controlar y regular los medios y la libertad de expresión. Antes, en los gobiernos priistas, se usaba la represión o se mandaba cerrar un periódico cuando incomodaba al gobierno.

Hoy no es así. Ahora se estigmatiza o se le coloca como una voz o una postura que pertenece a un bando político si no coincide con el gobierno. En el fondo, lo que el gobierno pretende es que sólo sea su voz o su postura la que se difunda o la que tenga cabida de manera preponderante en los medios de comunicación.

Sin embargo, un rasgo más notable de este viejo presidencialismo que está de regreso con AMLO es que, como sucedía antes, la cámara de diputados y de senadores quedaba supeditada al presidente, lo mismo que el partido político. Son varias las ocasiones en que López Obrador da instrucciones o enmienda la plana a los legisladores de Morena y sus coordinadores parlamentarios.

La más reciente propuesta de López Obrador para cambiar la Ley Federal de Responsabilidad Hacendaria con el fin de que el presidente pueda hacer modificaciones al presupuesto de egresos en caso de una emergencia económica, próxima a aprobarse por el Congreso de la Unión, tiene todo el sentido de afianzar este presidencialismo o el poder del presidente.

Hay muchos otros rasgos que confirman el retorno de un viejo presidencialismo en México, pero quizás la imagen que sintetiza con mayor claridad este proceso de cambio que está viviendo el país, es la de un presidente que desde muy temprano está ya en el centro de la escena, hablando y dirigiéndose a todo el país. Nadie más del gabinete habla, nadie del poder legislativo, nadie del partido, nadie de la oposición, nadie de y desde la sociedad civil.

Pareciera que para el presidente López Obrador la única condición para que pueda producirse un cambio de fondo en el país es que nadie más tenga poder, o que nadie pueda estar por encima de él. Así lo mismo el poder legislativo y el judicial, pero también la prensa y los medios de comunicación, los empresarios, o incluso algunos grupos de la sociedad civil. Nadie más que él.

Me temo que en algunos grupos de la sociedad se comparte esta misma visión que tiene López Obrador. Hay grupos que añoran un presidencialismo fuerte que, desde la cúspide del poder, instruya y ordene un conjunto de políticas que beneficien a las mayorías, al margen de las consecuencias que se deriven de la concentración del poder.

Pero hay otros que no, no sé si son menos o más que los anteriores pero los hay. Para muchos de estos grupos no puede haber un cambio social, político o gubernamental, si se anulan el resto de los poderes o el resto de los actores políticos, dejando que sea un solo hombre o una sola instancia, en este caso la presidencia, la única que prevalezca y se ponga por encima de la sociedad.

Venimos como país de este largo proceso, cargando sobre nuestros hombros este terrible fracaso. Pero también venimos de una democracia enclenque, que deja de lado la repartición de los frutos de la riqueza. Si para salvar estos grandes obstáculos, el país vuelve a la “presidencia imperial”, al monarca o al presidente todopoderoso que anula a los demás poderes, el país seguirá en la misma penuria.

El autoritarismo o el presidencialismo en los gobiernos, por más que se le llame de otro modo, son un retroceso para la democracia y las libertades.

* El autor es analista político.

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