López Obrador ¿estadista?
Es inevitable escribir sobre las actitudes recientes del presidente de la república.
Es inevitable escribir sobre las actitudes recientes del presidente de la república, quien ahora se le ve enojado y burlándose de sus opositores y retándolos para que impidan que el continúe en su cargo los próximos tres años. Desde el primer día de su gobierno y hasta ahora no ha dejado de ser un candidato en campaña, todos sus actos públicos están encaminados y contaminados de política electoral, no de administración pública. López obrador está lejos de ser el gobernante que esperábamos. Las mañaneras han sido el escaparate para denostar, descalificar, reclamar, amenazar a sus opositores, pero también para reclamarle a las clases medias que lo llevaron al poder su postura consciente de no estar de acuerdo con él. Ha gobernado desde el “púlpito” de la “pureza”, jamás ha gobernado con un plan preconcebido. Han sido solo tres proyectos importantes los que ha privilegiado, aun cuando han sido debatidos por su viabilidad técnico-económica y su impacto en el medio ambiente. El tren maya, el aeropuerto de Santa Lucia y la refinería de dos bocas, proyectos ampliamente cuestionados, pero que a pesar de ello y por capricho se estén llevando a cabo. Nunca en la historia reciente de la política había llegado un personaje que en lugar de conminar a la sociedad a la unidad a trabajar por el país se la pasa denostando y burlándose de las personas que no piensan como él.
Es una lástima y una gran pérdida para el país, cuando un gobernante en lugar de pensar en la próxima generación esté pensando en la próxima elección. Su enfermedad por el poder no tiene límites, en lugar de dedicarse a trabajar en temas “torales” para la sociedad. Al paso que va puede ser recordado como el peor presidente que ha tenido México. La sociedad mexicana ha padecido el actuar y el pensar de expresidentes frívolos, mentirosos, rateros, cínicos, locuaces, enamorados, pero jamás uno como López Obrador que se ha caracterizado por pelearse con todos los sectores económicos, pero sobre todo con el sector empresarial. Esperábamos un cambio para mejorar, anhelábamos un estadista que cambiara todo, que pensara en las futuras generaciones, pero no un peleonero de callejón, a menos que dividiera a los mexicanos en “chairos” y “Fifis”.
Hace unos días el presidente inauguró otro episodio que denigra a la sociedad, pero también a sus adversarios políticos al retarlos y convocarlos, de una manera grosera al calificarlos de “individualistas, clasistas y racistas a que se vuelvan a agrupar para que llamen al pueblo y voten para que yo me vaya”. Para empezar nadie le está pidiendo que se vaya, él fue electo para un periodo de 6 años, ni más ni menos, la revocación de mandato, aunque exista una legislación al respecto se contrapone con el periodo de duración para el cual él fue electo. La consulta efectuada el 1 de agosto comprobó que la sociedad no está muy de acuerdo en la forma en que se están llevando las riendas del país. El bajo porcentaje de sufragios enojó no solo a AMLO, sino también al dirigente de Morena Mario Delgado, culpando al INE de no haber promovido la elección, que no cumplieron con su función, ahora pretenden una reforma electoral, con el objetivo de fortalecer la “democracia” y evitar que el costo del voto de los mexicanos sea el más alto del mundo. Mientras continúan las descalificaciones la sociedad empieza a sufrir los estragos de la inflación, del magro crecimiento económico, inseguridad y las ejecuciones que no cejan por el contrario se incrementa todos los días. Al parecer AMLO sigue conservando altos índices de popularidad, sin embargo, ya hay millones de personas que no están de acuerdo en la forma que está administrando al país y sus problemas. Se han dado cuenta que lo único que está haciendo es distraer a los ciudadanos con cuestiones importantes y culpando de todo a los expresidentes. Nadie le dice nada él solo se está “echando la soga al cuello”, nadie le está pidiendo que se vaya. Su actuar lo dibuja de cuerpo entero, está enojado con el pueblo “sabio”, ese pueblo que lo encumbró al poder al cual le reclama su proceder. Ese pueblo que lo recordará por haber preferido ser un político brabucón de plazuela, que un estadista.
*- El autor es economista egresado de la UABC.
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