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Lo que aprendí de mi madre

¿Nunca han puesto a enfriar una sandía en el río?, cuando viajaba con mi madre y mis primos solíamos poner la fruta sobre la corriente de los arroyos, créanme siempre fue más fresca.

¿Nunca han puesto a enfriar una sandía en el río?, cuando viajaba con mi madre y mis primos solíamos poner la fruta sobre la corriente de los arroyos, créanme siempre fue más fresca.

Me encuentro transitando en un viaje en tren por Verde Canyon (Arizona), y veo tras los cristales los arroyos de agua correr impetuosos entre las riveras, y me vino a la memoria esos tiempos en que viajaba en la cabina de un pick up con chamacos y tíos para disfrutar un día familiar a las orillas del río que se abría paso por las laderas del mágico pueblo de Alamos, Sonora.

Regresando a este pequeño viaje que compartí con mi pareja, en un vagón de tren poblado de recuerdos, no pude evitar rememorar a mi madre Rosita. Una, por las imágenes silvestres que me recordaban a Sonora, y dos porque una mujer que rebasaba los 80 años me aventaba besos y sonrisas.

No pude esquivar el recuerdo de mi nana Lupe, quien presa de la demencia senil por sus más de cien años siempre me preguntaba mi nombre, aventaba besos, me cantaba canciones y me repetía las mismas historias de un pasado revolucionario cuando llegaba la “bola” a los poblados de La Viuda y Huatabampo, Sonora.

Pero qué aprendí de mi madre, lo recordé cuando vi ese rostro surcado por las arrugas enviarme besos y preguntar mi nombre. Aprendí a amar y respetar a las personas mayores, virtud que no todos profesan.

Desde temprana edad veía a mi mamá depositarle une mesada a mi abuela y tía, y fue constante hasta el final de su vida, lo que me enseñó a entender la importancia de brindarle seguridad a tus seres queridos.

Aprendí el valor del sacrificio, ya que cuando iba a nacer, ella estuvo dispuesta a dar la vida por mí, víctima de un parto complicado que casi acaba con su existencia.

En ella entendí el valor de la tolerancia, pese a que personas llegaron a ser abusivas, su capacidad de perdonar rebasaba mis sentidos. Ahora, soy un aprendiz que intenta liberar demonios para instruirme en el perdón. Y sí, es más ligero para mí perdonar a quienes buscan dañarme.

Aprendí de mi madre la caridad, la humildad y la sabiduría de saber vivir la vida. Porque una cosa es ser inteligente, exitoso y otra cosa, es saber sobrellevar este barco que navega en diferentes mares.

Ahora, que ella ya no está más en este plano espiritual y que navego sin ella en esta existencia, su legado prevalece en mis acciones, mi memoria y mi esencia.

Soy Beatriz Limón, pero también soy una parte de Rosita.

* La autora es Periodista independiente para la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ por sus siglas en inglés)

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