Librando nuestra propia batalla durante la cuarentena
La culpa por delante. El dedo inquisidor apuntando al que llora porque perdió su negocio. La boca que vocifera contra el que tuvo que romper la cuarentena para no perder su trabajo y alimentar a su familia. El crítico de quinta que responsabiliza al gobierno de la pandemia mundial que ha cobrado miles de vidas.
La culpa por delante. El dedo inquisidor apuntando al que llora porque perdió su negocio. La boca que vocifera contra el que tuvo que romper la cuarentena para no perder su trabajo y alimentar a su familia. El crítico de quinta que responsabiliza al gobierno de la pandemia mundial que ha cobrado miles de vidas.
Él que finca su verdad en la declaración de un comediante mexicano que denuncia la falta de protección para el personal médico y denosta la realidad global que se está viviendo en los hospitales ante esta crisis. Quizás no han querido ver, que ese mismo problema lo enfrentan los demás países. Yo directamente entrevisté a doctores de primera línea de los hospitales de California, Texas y Arizona, y estaban usando bolsas de basura como batas de protección, ellos mismos elaboraran sus mascarillas o las reciclaban por semanas.
Durante este tiempo del coronavirus y cuarentena, me he encontrado de todo como en farmacia, el que se dice empático, y señala sin piedad desde la comodidad de su casa al jornalero, al constructor, al restaurantero, que por ser trabajadores esenciales tiene que seguir laborando, pese al terror de infectarse o contagiar a sus familias. “Primero es la vida”, decía una cibernauta que presume de ser empática, mientras escogía el traje de Pascuas para una sesión de fotos para sus hijos, y abría una botella de cerveza en un vecindario privado de Arizona.
Mientras algunos se jactan del privilegio de poder estar en una “cuarentena” relajada, ayer recibí el mensaje de una colega pidiéndome apoyo para publicar la historia de Yolanda, una inmigrante que tiene cinco hijos, uno en coma y quien acaba de ser desalojada por no pagar la renta. Como trabajadora de limpieza perdió su trabajo por el coronavirus, y se retrasó un solo mes de renta, motivo que la llevó a quedarse en la calle, sin casa, ni alimento para sus hijos. Como esta historia, he sabido de muchas, por no decir demasiadas. Con tristeza he visto como amigos cercanos se han quedado sin empleo y, buscan desesperadamente comunicarse a la línea del gobierno totalmente colapsada para recibir ayuda financiera, y así poder sobrellevar esta debacle económica, que tristemente, apenas empieza. Las colas de los autos que acuden a los bancos de comida por despensa, se cuenta por miles, en el país que se pavonea por ser del primer mundo.
Hace poco leí un escrito anónimo que describe parte de estas disparidades que estamos viviendo como sociedad, y que palabras más, palabras menos, señala que no todos estamos en el mismo barco durante esta tempestad.
Y es verdad, los barcos de cada uno de nosotros son diferentes. Por eso, debemos abrir el corazón para entender el dolor del empresario que tuvo que cerrar su negocio de años y el único sustento de la familia. El miedo del padre que perdió su empleo. La desesperación de una madre que fue desalojada por no pagar la renta. El dueño de una compañía que tuvo que despedir a miles de empleados. La familia que enfrenta el duelo por la muerte de un ser querido a causa del coronavirus. Los gobernantes que libran una lucha inimaginable. Nuestros médicos y enfermeras, que arriesgan sus vidas en los hospitales.
Y sin apuntar, debemos de entender que cada uno de nosotros librará su propia batalla, desde su trinchera. Cada uno sabrá cómo navegar esta tempestad desde su propio barco. Esperando que pronto salga el sol, las aguas se calmen y anclemos en puerto seguro.
*- La autora es corresponsal de la Agencia Internacional de Noticias Efe en Arizona, Texas y Nuevo México.
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