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Lenguaje fronterizo: de la condena a la aceptación

Gracias a que fui editor de la revista Travesía de la UABC, publicación de la Dirección General de Asuntos Académicos de 1985 a 1992, es que descubrí muchos textos que hoy son imprescindibles para conocer la cultura bajacaliforniana.

Gracias a que fui editor de la revista Travesía de la UABC, publicación de la Dirección General de Asuntos Académicos de 1985 a 1992, es que descubrí muchos textos que hoy son imprescindibles para conocer la cultura bajacaliforniana y la divulgación de la ciencia en todas las áreas del conocimiento. Hoy quiero referirme a un artículo publicado en diciembre de 1985, en el tercer número de Travesía, porque creo que es el primer acercamiento al lenguaje fronterizo como experiencia viva, como reflexión desde la frontera misma. Escrito por el sociólogo Eugenio Guerrero, profesor de la UABC, este artículo es un llamado de atención a una práctica cultural a la que entonces se condenaba desde la visión centralista del estado mexicano. Pero Guerrero, como mexicalense, tiene una opinión distinta sobre el uso que a este lenguaje se le da, en forma extendida y cotidiana, entre la población de la capital de Baja California. Por eso afirma que lo único factible es estudiarlo como una especie mutante, como una criatura desconocida a la que hay que catalogar en una nueva taxonomía verbal.
Para entender la postura de Guerrero hay que entender de antemano que, en comparación a décadas anteriores, cuando Patricio Bayardo sentía que su cruzada por preservar el idioma español en la frontera como una expresión lingüística impoluta y diamantina, como una suave patria de la conciencia nacional, no lograba el eco necesario ya no sólo entre la población general, metida ésta en sus afanes y trabajos para sobrevivir a las devaluaciones del peso o a la llegada de la industria maquiladora, sino entre las instituciones oficiales y educativas del país, por lo que podemos contemplar a la década de los años ochenta del siglo XX, específicamente al final del sexenio de José López Portillo (1980-1982) y todo el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), como el momento en que el estado mexicano se propone una recuperación de la frontera para la cultura nacional, propuesta que llega a través de instituciones públicas que estudiarían la situación fronteriza (Colef) o que promoverían la cultura mexicana como una trinchera frente a la influencia cultural anglosajona (Cecut). 
En este entorno, el ensayo de Eugenio Guerrero expone una posición de resistencia ante estos intentos oficiales por ver el lenguaje de la frontera como un problema a resolver, como una anomalía  o deformidad lingüística periférica o, peor, como una rama de la literatura chicana. Guerrero asegura que la frontera, su habla coloquial, está siendo percibida desde la visión centralista como un espacio a reconquistar, pues se ve a la frontera como un espacio sociocultural donde la lengua española es más "vulnerable a los modismos regionales, tolerante ante los barbarismos, los neologismos, las corrupciones de las noticias y las simplificaciones que el pueblo, con anónima e intratable lógica, le endilga". Guerrero, en su texto, ubica sus consideraciones sobre el uso del idioma español en la ciudad de Mexicali y examina cómo se utiliza el castellano en esta particular sociedad de frontera, una de las pocas urbes que impone su presencia a los poblados y pobladores del otro lado por su mayor capital demográfico, económico y cultural. 
Los mexicalenses, al contrario de otras ciudades fronterizas mexicanas, no viven del turismo estadounidense sino que son los sudcalifornianos los que viven del poder de compra de los mexicanos fronterizos, de tal forma que el español es oficialmente un idioma que se usa en todas las tiendas del otro lado por el impacto económico que representan los mexicalense como comparadores constantes. De ahí, también, que el influjo del idioma español sea más obvio en el espacio del comercio, la educación y los festejos, mientras que del lado mexicalense el idioma inglés tenga mayor impacto en los medios de comunicación (la televisión en inglés aparece primero que la televisión nacional desde fines de los años cuarenta del siglo pasado) y en los espectáculos de moda (rock and roll, cine, tendencias juveniles). En este intercambio cultural fronterizo, en una época en que las comunicaciones y transportes con el resto de México son escasos y llegan con extremo retraso a Baja California, los anglicismos se convierten en la jerga de moda para sentirse que se está al día entre la población mexicalense, o se valoran como el instrumento necesarísimo para mantener los negocios del lado mexicano. En resumen, Guerrero no condena el lenguaje fronterizo sino que lo acepta como una práctica cultural de nuestra idiosincrasia comunitaria, de nuestra supervivencia económica.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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