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Las disputas por la historia regional

Cuando revisamos los libros de historia de Baja California, encontramos por lo regular dos clases de obra.

Cuando revisamos los libros de historia de Baja California, encontramos por lo regular dos clases de obras: los libros que quieren abarcarlo todo, desde la cultura indígena hasta el momento mismo de su escritura, y los libros que indagan en un periodo o personaje específico de nuestro pasado regional. Pero sin importar el tipo de obra de que estemos hablando, en todos ellos late el anhelo de exponer cómo se fue creando la identidad fronteriza bajacaliforniana, de contar cómo nuestra entidad fue desarrollándose al enfrentar los desafíos de cada etapa histórica.

Hacia 1956, cuando el estado libre y soberano de Baja California apenas contaba con cuatro años de existencia, el gobierno del estado convocó al Primer Congreso de Historia Regional de Baja California. El propósito de tal congreso no era otro que el de “establecer la personalidad histórica del nuevo estado federal”. A simple vista parecía un objetivo modesto, pero en realidad era extremadamente ambicioso porque, hasta entonces, las historias de la entidad las habían escrito extranjeros más que mexicanos, y mexicanos más que bajacalifornianos.

La convocatoria se dio a conocer en enero de 1956 y el congreso se llevó a cabo del 20 al 30 de septiembre de ese mismo año. Quien se encargó de organizarlo en términos oficiales fue el profesor Lorenzo López González, entonces director de Acción Cívica y Cultural del gobierno estatal. Como él mismo lo dijera: se trataba de reunir “valiosas aportaciones” acerca de la evolución histórica de Baja California. Para darle mayor realce al evento, se contó con el apoyo del historiador sudcaliforniano Pablo L. Martínez, quien estaba en aquella época escribiendo su magna Historia de Baja California, que se publicaría dos años más tarde, en 1958.

El problema fue que, como en todos los aspectos de la investigación, hubo quienes creyeron que la historia bajacaliforniana era un área de estudios que sólo ellos podían detentar. Al ver que el organizador era un historiador como Pablo, que no se iba a dejar manipular por los aficionados de la historia local, que no iba a aceptar que los mitos prevalecieran sobre la verdad histórica, entonces crearon una campaña de prensa contra Martínez y contra el mismo congreso. Lo que les molestaba a estos pseudohistoriadores es que, después de leer sus ponencias, sus interpretaciones iban a abrirse a debate con los colegas historiadores y con el público presente. Lo que más temían no era únicamente ponerse a discutir sus puntos de vista con los demás, sino demostrar con pruebas y evidencias lo que defendían con tanto encono: su visión de la historia de nuestra entidad, donde ellos y sus antecesores eran los héroes por haberse puesto a defender la dictadura porfirista en plena frontera ante la revolución floresmagonista de 1911.

Los ataques periodísticos, especialmente desde Tijuana y con El Heraldo de Baja California como su trampolín mediático, no se hicieron esperar y los pseudohistoriadores exigieron al gobierno que sólo ellos, los que sostenían la tesis espuria de que la revolución anarcosindicalista fue un movimiento filibustero y de que Ricardo Flores Magón fue un traidor a la patria, debían ser escuchada y nadie más debería refutarlos. Sin ser más que invitados querían vetar a los otros historiadores que sostenían otras verdades: que la historia de Baja California era la del pueblo -obreros, campesinos, indígenas- que se alzó en armas contra la tiranía porfirista, que la revolución de 1911 fue un acto de liberación en una entidad controlada por compañías extranjeras, que los que se decían defensores de la integridad nacional sólo defendieron su intereses y privilegios.

El gobierno del estado, ante aquella campaña negra, optó por recordarles, a todos los historiadores que iban a participar, que estaban en libertad de asistir o no a las jornadas del congreso, pero que nadie iba a vetar a nadie. Que en este encuentro se podría hablar de cualquier etapa histórica desde el punto de vista de cada participante porque, en el fondo, de eso se trataba: de discutir, de debatir, el pasado que entre todos hacemos y contamos, ya sea la etapa indígena, la etapa misional, el porfiriato, la revolución floresmagonista, los gobiernos civiles, el cardenismo y el reparto agrario, hasta llegar a la fundación de nuestro estado, creando así, entre todos, “una historia continuada y completa de nuestra península”. De nuevo son las palabras de Lorenzo López, el anfitrión de aquel congreso histórico.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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