La pagoda china del profesor Auyón sobre ruedas
Fue un fin de semana caótico, se me ocurrió visitar Mexicali cuando las restricciones en las garitas se hicieron vigentes enfrentándome con líneas de espera que superaban las cinco horas para cruzar a Estados Unidos.
Fue un fin de semana caótico, se me ocurrió visitar Mexicali cuando las restricciones en las garitas se hicieron vigentes enfrentándome con líneas de espera que superaban las cinco horas para cruzar a Estados Unidos.
Rondando el centro de la ciudad en mi intento fallido por cruzar al gabacho, mi vista se topó con un remolque que transportaba la pagoda china que durante más de veinte años permaneció en el cruce fronterizo de la garita internacional con Calexico (California), como símbolo de hermandad entre la comunidad oriental y los cachanillas.
Me pareció una escena tan surrealista, que me obligó a girar mi auto y acercarme al sitio para captar las imágenes con mi celular. “Vaya”, me dije, “la pagoda del profesor Auyón sobre ruedas”.
No pude evitar recordar al profesor Eduardo Auyón Gerardo, más de dos décadas atrás, sentado en su estudio lleno de magia ubicado en la Avenida Juárez en la Zona Centro de la Ciudad, hablándome de la pagoda china.
En aquellos tiempos, yo era una joven periodista que iniciaba mi carrera en esta casa editorial, y platicaba con él sobre el proyecto que habría de inaugurase en la frontera.
Me contó toda la historia, y ustedes disculparán a que mi memoria no es tan brillante, pero lucidamente recuerdo que me dijo que la primera idea era traer como un regalo por parte de las autoridades de Nanjin (China), unos árboles de cerezos para ser plantados en Mexicali.
“Cerezos en Mexicali”, argullo Auyón, sería algo imposible por las altas temperaturas que caracterizan a la ciudad fronteriza, me dijo entre risas. No pude ni siquiera imaginar los cerezos en flor en un día cualquiera de agosto.
Fue así, como llegaron al acuerdo de donar una réplica pequeña de lo que pareciera una pagoda china. Me contó detalle a detalle como concretó la negociación, aun ignorando que esa acción se convertiría en uno de los símbolos distintos de nuestra capital.
En verdad les digo, mi corazón palpitó con fuerza y sus latidos arrastraron un dejo de nostalgia, al ver ese símbolo tan emblemático sobre una batanga rumbo a un nuevo destino.
Será, que para mí era algo tan propio, y casi intrínseco, que la lejanía por radicar en Arizona no me permitió asimilar el despedimiento.
Será, que las personas que estimé en demasía se van yendo y sus historias son el rescate de mis memorias.
Será, que extraño a borbotones al profesor Auyón y su estudio enclavado en el centro de la ciudad.
Quizás, será mi culpabilidad añadida por haber emigrado, dejando atrás a la ciudad que más amo.
Tal vez, sea mi mente traviesa que imagina unos cerezos rozados cubriendo el impertinente muro de hierro mojoso que divide Mexicali de mi nuevo hogar.
Es, que en mi memoria siempre existirá una pagoda roja, con detalles verdes y mostaza, en los límites de México y Estados Unidos.
Será…Quizás…Tal vez…Es…
*Corresponsal en Arizona y Nuevo México de la Agencia Internacional de Noticias Efe.
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