La zona libre: ganancias y pérdidas
En 1933 se instauraron los perímetros libres y en 1935, bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas.
En 1933 se instauraron los perímetros libres y en 1935, bajo el gobierno del general Lázaro Cárdenas, éste aceptó que el desarrollo de Baja California y demás entidades fronterizas pasaba por el libre mercado, que la zona libre reforzaba (no socavaba) a México como nación soberana, que comerciar y hacer negocios con los Estados Unidos era el mejor entrenamiento para ser un país competitivo en el mercado mundial. En cierta forma, a la vez que el gobierno cardenista expropiaba el petróleo y quitaba la concesión a la Colorado River Land Company sobre las tierras del valle de Mexicali, la zona libre podía verse como un contrapeso a tales decisiones. Hay que recordar que la zona libre iba a hacerse oficial en el momento más oportuno: en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, cuando muchas materias primas, desde el algodón hasta el hule, desde los alimentos esenciales hasta la lana, iban a cotizarse a precios altísimos ante la demanda de la maquinaria de guerra en movimiento.
El régimen de la zona libre tuvo un efecto inmediato en Baja California, fortaleciendo las relaciones económicas entre nuestra entidad y California, sobre todo en los años de la Segunda Guerra Mundial. Los comerciantes locales (desde Miguel Canett hasta Mario Hernández) se volvieron grandes especuladores con las materias primas para el esfuerzo de guerra estadounidense y los primeros industriales estrecharon sus lazos con sus socios del otro lado de la línea fronteriza. El libre mercado, que siempre había sido una postura de supervivencia entre los bajacalifornianos, se volvió un precepto aceptado de forma unánime. Las ganancias de empresas y negocios así lo demostraban. Pero pronto el gobierno mexicano (del sexenio de Manuel Ávila Camacho en adelante) cerró filas con los comerciantes e industriales del centro del país. El proteccionismo a favor de la industria nacional (que era, mayoritariamente de la ciudad de México, Guadalajara y Monterrey) se contrapuso al libre mercado fronterizo. Esto contribuyó al auge de un movimiento regionalista que, desde la iniciativa privada y desde el espacio de las actividades políticas, exigía ya, a finales de los años cuarenta, que Baja California fuera un estado gobernado por autoridades elegidas por los propios bajacalifornianos y no un territorio donde el presidente enviaba a sus “virreyes” a gobernarlo, muchos de los cuales llegaban con una mentalidad de que los bajacalifornianos traicionaban a México por el simple hecho de preferir productos estadounidenses sobre las mercancías nacionales. La zona libre, con los beneficios que compartían todos los sectores de la sociedad fronteriza, fue un impulso para la creación de un movimiento pro estado libre y soberano. Y también sirvió para que, a partir de 1945, se viera a Baja California no sólo como un trampolín hacia el vecino del norte, sino como un buen destino, para trabajar y vivir en mejores condiciones materiales que en el resto de México.
La zona libre les dio a los bajacalifornianos la oportunidad de comparar precios y servicios, la calidad de los productos de ambos lados de la línea. Y al hacer las comparaciones ganaban, desde luego, los productos estadounidenses, desde automóviles hasta lavadoras, pasando por juguetes, enseres domésticos, aparatos para el hogar o la oficina y alimentos empaquetados. De las mercancías nacionales apenas se aceptaban los productos de la canasta básica y aquellos (dulces, salsas, condimentos) que les recordaban a los habitantes de la frontera sus distintos lugares de procedencia. Y para los años cincuenta, según relata Humberto Verdugo en Historia viva de Tijuana (1996), el desdén por los productos mexicanos que llegaban a Baja California se transforma en miedo colectivo, en pánico imparable: “Después de eso hubo una tragedia de un compuesto que le entraron a unos sacos de harina; ese era un solvente que le llamaban “Pariaton”, empezó a morir gente en Tijuana y no sabían por qué, especialmente los niños. Empezaron a buscar y pensaban que era el pan, la leche, y pues resulta que los sacos de harina venían en un vagón de tren que estaba fumigado y éste penetró en los sacos que fueron distribuidos en las panaderías de Tijuana y todo el que comía el pan hecho con esta harina se empezó a morir. Era una alarma general, nadie quería tortilla ni pan, ya no sabías a quién comprar para que no te tocara el ramalazo. Fueron como 25 personas o más las que murieron, esto ocurrió como en 1956.” Como se ve, la zona libre trajo pérdidas y ganancias, oportunidades y riesgos por igual.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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