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La televisión como un arte mayor

La televisión tuvo, como todo arte que se precie, comienzos modestos, inicios humildes. Puedo decir que yo crecí con ella como una constante presencia, como un pariente, maestra, amiga que me contaba historias de toda clase desde la sala de la casa.

La televisión tuvo, como todo arte que se precie, comienzos modestos, inicios humildes. Puedo decir que yo crecí con ella como una constante presencia, como un pariente, maestra, amiga que me contaba historias de toda clase desde la sala de la casa. La televisión me educó más que el cine en comprender el mundo, en entender la vida como comunidad, como colmena zumbona. Muchas de sus imágenes, muchos de sus relatos, me moldearon desde mi niñez a mi adolescencia. El fugitivo me enseñó que no hay que confiar en la justicia porque ésta es ciega. La ley del revólver, a que una sociedad la defendemos entre todos. La dimensión desconocida, a que vivimos en la era de la paranoia. El Correcaminos, a que nunca comprara un producto de la marca ACME. En suma, la televisión me proporcionó conocimientos invaluables para sobrevivir en el mundo de mis días. De ahí que sigo siendo un activo testigo de su evolución y de su creatividad. Y para comprobarlo menciono algunas series que me han impactado en los últimos tiempos.

The Orville es una serie de televisión mitad ciencia ficción y mitad comedia, hecha por el actor Seth MacFarlane. Pero ahora que la veo me doy cuenta que es más que eso: es también sátira social, utopía y crítica política, inteligente, bien pensada, realizada tanto con emociones como con razones. En ella se debaten nuestras ideas sobre género, progreso, religión o tecnología. The Orville es mejor que Star Trek porque no se toma en serio cuando entra de lleno en temas serios, porque sabe reírse de nuestros aires de superioridad, de nuestro provincialismo terrestre, de nuestros prejuicios y creencias con naturalidad, sin pretensiones intelectuales, sin discursos políticamente correctos.

Cualquier documental escrito por Simon Schama es una delicia que no me pierdo. He visto sus acercamientos a la cultura de occidente, la historia del arte y la identidad de Inglaterra. Ahora veo The Face of Britain (2015), un recorrido magno y magnífico del arte inglés en sus retratos de poder y fama, de la gente común y la aristocracia, de los migrantes y los nativos. Abarca de la Edad Media hasta el siglo XXI. Un paseo vertiginoso, lleno de sorpresivas imágenes, que van desde soldados desfigurados de la Primera Guerra Mundial hasta las reinas santificadas como propaganda política, incluyendo celebridades de todas las épocas, parejas amorosas y la relación de los ingleses con el paisaje, las ciudades y la vida marina de su isla. El arte es presentado con un bien ponderado escrutinio y una ironía agradecible de parte de Schama, un espejo preciso de la sociedad británica. Un espejo donde se refleja el ruido seductor de las multitudes tanto como el silencio expectante de los individuos. Un panorama que lo mismo asume lo crítico y lo obsequioso, lo callejero y lo multicultural, lo permisivo y lo subversivo. Inglaterra no sólo con sus costumbres propias y sus excentricidades colectivas, sino como una comunidad donde la libertad se ejerce cotidianamente, donde la mirada es yo y los otros, donde el arte es lo sublime y lo banal en diálogo afortunado, en conflicto perenne.

Lo que empezó como una anomalía, como una apuesta insegura, terminó siendo el mayor fenómeno televisivo de la segunda década del siglo XXI. Me refiero, por supuesto, a Game of Thrones (Juego de tronos, 2011-2019). Y es que Game of Thrones, como drama televisado, ha sobrepasado a su fuente, la saga inconclusa de George R. R. Martin, por lo que su desenlace acabó siendo uno de los más conflictivos, uno de los más polémicos para el espectador que la siguió hasta el final. Y es que esta serie televisiva es retorcidamente compleja, perversamente seductora en su acercamiento a la condición humana, donde lo fantástico y lo realista en vez de repelerse se mezclan, se refuerzan. He aquí el destino de una comunidad con la que compartimos este viaje asombroso, esta travesía llena de maravillas y sobresaltos, de guerras e injusticias, de lealtades y traiciones. Una épica que siempre ha dado más que ninguna otra en diálogos supremos, batallas campales, luchas de poder y sangre derramada, pero, sobre todo, que nos ha ofrecido una narrativa que celebra, en forma colectiva, con decenas de personajes memorables, la diversidad humana en sus dudas, luchas, ansias y temores, y que lo ha hecho con absoluta maestría, con perfecto aplomo, con impecable naturalidad. Arte mayor para un mundo cada vez más pequeño.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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