La plaga de los ‘antivacunas‘
Cuando parecía que todo volvía a una aparente “normalidad”, y uno iba saliendo de ese caparazón construido con recelo y precaución al contagio del coronavirus.
Cuando parecía que todo volvía a una aparente “normalidad”, y uno iba saliendo de ese caparazón construido con recelo y precaución al contagio del coronavirus, la vida nos da un nuevo revés y llega más irreverente la variante Delta.
Es así como el 2020 parece nunca terminar, y quedamos de nuevos suspendidos en esa sensación de vivir sin estar viviendo. Refugiados en nuestras casas, ya sin resignación, normalizando la soledad y saliendo con el temor a enfermarnos, padecer los dolores del virus y en el peor de los casos, sumergirnos en un sueño profundo conectados a un respirador.
Yo daba mis primeros pasos, como los bebés que empiezan a caminar tambaleándose y agarrándose de los muebles para no caer. Me permití algunos viajes, reuniones con amistades y hasta me aventuré a un partido de la NBA y otro de futbol donde compitió México contra Honduras en el estadio de Glendale, Arizona, en donde miles de almas se dieron cita “sin cubre bocas”. Pese a que Delta apenas asomaba las narices en Estados Unidos, me consentí con esas descaradas salidas, porque tengo mis dos dosis de vacuna Moderna, que aunque no me evitan el contagio, me dan la confianza de que los anticuerpos hacen su trabajo contra el asqueroso virus.
Fui de las primeras en vacunarme, me adelanté a los de mi edad y mandé una solicitud a la farmacia a ver si “pegaba chicle”, y así fue, quedé vacunada a principios de marzo, aunque reconozco que la segunda dosis me tumbó y me hizo ver mi suerte. Desde entonces ando con mi cartilla de vacunación enmicada como su fuera mi pasaporte, me ha ahorrado entradas y salidas, así como pruebas extras del Covid-19 en procesos médicos. Además, ya estoy preparada para un refuerzo, el que se anuncia con bombo y platillo en Estados Unidos a partir del 20 de septiembre. Pero ¿por qué me vacune?
Porque no tengo otra opción. Porque quiero seguir viviendo. Porque me gusta la cerveza bien fría. Me encanta abrazar a mis perros. Amo a mi pareja. Por el sabor del chocolate. Quiero conocer Europa. Porque tengo una lista de planes pendientes. Pero sobre todo, por respeto a la humanidad.
Es por eso, que cuando escucho a los “antivacunas” con sus argumentos vacuos y su egoísmo implícito, no puedo evitar compararlos con los trumpistas radicales. Esos que peleaban por abrir el país cuando la pandemia mataba a montones. Los que te escupían en los supermercados. Los que podían llegar a matar si les pedias guardar distancia. Los que luchaban enardecidamente por no usar el tapabocas. Los que agredían a las enfermeras y doctores por suplicar quedarse en casa.
A veces pienso, que muchos de ellos no se vacunan más por decidía que por ideologías, es como esa gente que deja el árbol de Navidad hasta agosto, porque no tienen tiempo de quitarlo. Son de esas personas que no se arriesgan por nada, porque para ellos no pasa nada. Ah pero cuando pasa, es cuando se escucha el “rechinar y crujir de dientes”.
Es cuando suplican la vacuna, y buscan la forma de que sus seres querido pueden acceder a la dosis lo antes posible, contraponiendo sus ideas conspiracionales. Lo hacen, porque en ese momento han metido los dedos en las llagas abiertas y siguiendo los preceptos bíblicos dichos por el apóstol Tomás, “creen, porque lo ven”. Pero como si tratase de una secta, a pesar de las estadísticas (las matemáticas nunca mienten) donde el 99,5% de todas las muertes en Estados Unidos ha ocurrido en personas no vacunadas, los “antivacunas” refutan esta información y como pericos repiten “los vacunados también se mueren”.
Obvio, todos nos vamos a morir, eso es de facto, la diferencia es que el vacunarse tenemos una oportunidad de vivir, y prefiero confiar en la ciencia, que en los mitos y la desinformación que se generan en internet y conversaciones casuales.
Es sencillo de explicar, como de entender, la efectividad de una vacuna se mide a tres niveles. La primera previene la infección sintomática o asintomática.
La segunda, evita la enfermedad grave. La tercera previene la muerte. 1,2 y 3….así de sencillo.
* La autora es Periodista independiente para la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ por sus siglas en inglés)
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí