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La pena capital desde los ojos de un periodista

Una de las entrevistas más interesantes que he realizado en mi vida periodística, es la que le hice la semana pasada a mi colega del periódico The Arizona Republic, Michael Kiefer, quien ha presenciado cinco ejecuciones de reos en Arizona. 

Una de las entrevistas más interesantes que he realizado en mi vida periodística, es la que le hice la semana pasada a mi colega del periódico The Arizona Republic, Michael Kiefer, quien ha presenciado cinco ejecuciones de reos en Arizona.

Cuando hablamos de esa experiencia, la que les confieso, no me siento preparada para cumplir como periodista, me explica que él acudió con la encomienda de ser un equilibrio entre la realidad y las autoridades que aplican la pena capital.

Como una forma de mitigar esas vivencias, me describe a los condenados como lo que son, asesinos, algunos de ellos llegando a descuartizar a su propia madre, otros matando a pequeños niños a golpes y hundiéndolos sin piedad en lagos remotos.

Pero algo si me queda claro, la controvertida ejecución del doble asesino Joseph Rudolph Wood en el 2014, marcó un precedente en su vida como ser humano y como periodista, así como un cambio en la legislación a la hora de suministrar la droga letal a los condenados a muerte.

Ese último deceso registrado bajo los ojos perspicaces de Kiefer sembró los antecedentes históricos y legales que llevaron a la suspensión actual de las ejecuciones en Arizona.

La droga que usaron, traída de Londres de forma clandestina, conocida como midazolam, un narcótico similar al Valium, tardó casi dos horas en quitarle la vida a Wood.

Kiefer recuerda que acostaron a Wood en la camilla, lucia el típico traje naranja y en su rostro pudo percibir una leve sonrisa. Luego, lo ataron mientras personal médico de la prisión se preparaba para colocar las líneas intravenosas en sus brazos.

La ejecución estaba por iniciar en un cuarto similar a un pequeño teatro, donde a través de un vidrio, tanto el prisionero, como los asistentes, se observan mutuamente. El lugar se conoce como sala de observación y está ubicado en el Complejo Penitenciario de Florence.

Wood volvió la cabeza y miró con curiosidad a los aproximadamente 20 testigos en la sala, entre ellos observó a la familia de sus víctimas, luego volvió a mirar al techo. Las drogas ya habían comenzado a fluir a través de las venas, la ejecución había comenzado pasada la 1pm. Por lo regular una ejecución no dura más de 10 minutos, de acuerdo a las experiencias previas que tuvo Kiefer como testigo en pasadas coberturas. Me contó que los reos solo cerraban lentamente los ojos y dejaban de respirar poco a poco, luego la cara se afloja y la boca se abre.

Pero la ejecución de Wood fue diferente, sobre todo por la nueva droga que estaban suministrando, y que ya se había reportado en Ohio que duró más tiempo de lo habitual.

Sin duda la de Wood fue la más larga en la historia de las ejecuciones por inyección letal. Durante hora y media Kiefer contó las ocasiones que el condenado abría y cerraba la boca, fueron cerca de 650 veces. Todos los presentes miraron perplejos como el sentenciado se ahogaba en vida, “como un pez que busca una bocanada de aire”.

Finalmente, Wood comenzó a jadear con menos frecuencia, una vez, dos veces, concluidas casi las dos horas, entonces el director del Departamento de Correcciones de Arizona, Charles Ryan, apareció en la ventana junto a la camilla para anunciar que la ejecución se había completado, luego corrió las cortinas como un acto teatral.

El experimento fracasó, reconocieron los presentes, y Kiefer reportó la serie de arbitrariedades que cometieron las autoridades, hecho que llevó a suspender las ejecuciones en Arizona desde 2014.

Cuando lo cuestionó si volvería a cubrir esas muertes, no duda en responder: “absolutamente”. Y yo pienso en su vocación y ese espíritu, que lo llevó a modificar un acto penitenciario quebrado en Arizona.





*La autora es Corresponsal de la Agencia Internacional de Noticas Efe.

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