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La libertad de la lectura

Leer es ser libres. Leer es comprobar que la vida no tiene límites. Leer es aceptar que no hay verdades absolutas, credos impolutos. Leer es descubrir que el mundo es una contradicción ambulante, una paradoja en perpetuo carnaval.

Leer es ser libres. Leer es comprobar que la vida no tiene límites. Leer es aceptar que no hay verdades absolutas, credos impolutos. Leer es descubrir que el mundo es una contradicción ambulante, una paradoja en perpetuo carnaval. Leer es poner en duda todo lo que sabes, todo lo que crees en cuanto abres la página de un libro, en cuanto te introduces al pensamiento de los demás. Leer es dialogar, es debatir, es discutir tu papel en el mundo, tu relación con los otros. Leer es decidir quién quieres ser por ti mismo. Leer es un acto de subversión, un derecho inalienable, un grito de felicidad. Como ciertos libros lo demuestran, leer es mirar nuestro entorno de otra manera.

Así, para mucha gente de mi generación, el holocausto era lo que las películas de Hollywood nos mostraban: la vida asfixiante del ghetto, los trenes hacinados, las cámaras de gas, los campos de exterminio, el sadismo de los guardias nazis, los cuerpos famélicos de los supervivientes, las familias separadas para siempre, los ojos de los prisioneros contemplando, atónitos, el horror del mundo, la hecatombe a manos de un pueblo tan “civilizado” como el alemán. Y en los libros de la Segunda Guerra Mundial, la aniquilación de los judíos y de otros indeseables para el régimen ario de Adolfo Hitler era sólo cuestión de números: seis millones de personas que pasaron, la mayor parte de ellas, a la historia del siglo XX, como fantasmas sin rostro, como olvido puro a escala masiva. Pero Peter Hayes en su libro ¿Por qué? Explicando el holocausto (2019) se dedica a contestar, con datos pertinentes y exactos, las preguntas fundamentales de esta masacre: ¿Por qué los judíos? ¿Por qué los asesinaron? ¿Por qué fue tan rápido y total su exterminio? ¿Por qué los alemanes? ¿Por qué hubo distintas cifras de asesinatos de judíos en los diferentes países europeos (Polonia y Ucrania se llevan tal espuria distinción como las naciones más letales al respecto, mientras que Dinamarca e Italia son los países donde la población judía menos sufrió)? ¿Por qué hubo tan pocos judíos que se rebelaron a su destino y tantos que colaboraron con los nazis? ¿Por qué la ayuda exterior fue tan limitada por no decir tan reticente para ayudar a los judíos (como el caso del Vaticano, que fue el de un estado timorato, en cuyas autoridades pesó más el antisemitismo y la conveniencia política antes que la denuncia contra el gobierno alemán)? Y la pregunta más importante para nuestro tiempo, donde el antisemitismo y el racismo están de nuevo al alza: ¿Cuál es el legado del holocausto? ¿Cuáles son sus lecciones para el siglo XXI? Hoy que los judíos del mundo son los inmigrantes, a los que se les culpa de todos los males del orbe, Hayes nos recuerda que hay que estar alertas contra las ideas destructivas del entramado social, contra las ideas que nos separan entre ellos y nosotros; y por eso este autor declara que no hay que dejarse atemorizar ante las manifestaciones de odio y los políticos de la mentira, que ante los mercaderes de la desunión y la superioridad racial hay que contar no sólo con coraje sino con “el ingenio, la astucia, la agudeza de juicio, la persistencia y la creatividad”, hay que practicar incluso “la compasión” en un mundo hostil, abusivo, vociferante como el nuestro. Por eso este libro es historia y, al mismo tiempo, es manifiesto público de los días en que vivimos, de las atrocidades de las que hoy somos testigos.

El arte de la tentación (2017) es una antología de ensayistas británicos compilada por Rafael Antúnez, encuentro en sus páginas textos sabios e hilarantes sobre la ignorancia, la cerveza, la religión, la moda, el chicharrón (sí, sobre el amor al cerdo asado), los sirvientes, la venganza, la estupidez, las bicicletas, los viajes o el matrimonio. Entre estos escritores destacan Charles Lamb, William Hazlitt, Vernon Lee (Violet Page) y G. K. Chesterton. Gente capaz de hacer del tema más insignificante una obra monumental, un compendio asombroso. En cuanto al aforismo, sobresalen Oscar Wilde y George Bernard Shaw. Wilde es de una puntería infalible, mientras que Shaw es ácido, corrosivo. Una lectura de pensamientos en libertad, reflexiones insólitas y aforismos desafiantes. Me quedo con lo dicho por George Bernard Shaw: “El salvaje se inclina ante ídolos de piedra y madera; el civilizado, ante ídolos de carne y hueso.”

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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