La historia como trampolín del futuro
Es difícil hablar del pasado sin ponerse a discutir el presente que somos y viceversa.
Es difícil hablar del pasado sin ponerse a discutir el presente que somos y viceversa: cada vez que hablamos del presente evocamos, a veces intencionalmente, a veces sin darnos cuenta, la historia que nos ha llevado al momento en que vivimos. Hay que reconocer que hay ciertos episodios históricos que provocan confrontaciones en nuestra manera de interpretarlos, que crean debates serios, incluso emotivos, cuando se trata de dilucidar qué lecciones y enseñanzas podemos sacar de ellos. Entre estos episodios y para el caso de Baja California, los más controversiales son: la etapa misional y lo que ahora muchos grupos indígenas americanos llaman un genocidio contra sus pueblos; la fundación y prosperidad de las poblaciones fronterizas gracias a los negocios ilícitos del contrabando humano y de mercancías, la esclavitud laboral, la prostitución, la venta de drogas, etcétera, y la revolución floresmagonista, anarcosindicalista, socialista de 1911, cuyos integrantes buscaban liberar a nuestra entidad, el entonces Distrito Norte de la Baja California, de la dictadura porfirista.
En 1956, por vez primera, los historiadores, tanto bajacalifornianos como mexicanos de aquella época, tuvieron la oportunidad de discutir abiertamente estas cuestiones en el congreso de Historia Regional de Baja California, aunque prefirieron comentar en forma tangencial los primeros dos puntos. El tercero, el de la revolución de 1911, tampoco pudo ser discutido por los bandos en disputa porque uno de ellos, los que defendían la tesis de que esta revolución era un acto filibustero y que su líder, Ricardo Flores Magón, era un traidor a la patria a pesar de que sus restos descansaban, desde hacía once años, en la Rotonda de los Hombres Ilustres en la ciudad de México.
¿Por qué no hubo discusión de tan importante tema histórico? Porque estos defensores boicotearon el congreso y se negaron a asistir al mismo. ¿La causa? Estos historiadores sólo querían ser ellos los que participaran y nadie más. Creían que su interpretación era un dogma incontrovertible y no una cuestión científica a probar, a discutir, a debatir. Pero el congreso sirvió para mucho más que zanjar una disputa. Pablo L. Martínez lo dice en la ceremonia de clausura: “Los trabajos que los señores congresistas han hecho para la historia del Estado, pueden considerarse como definitivamente aceptables, para llenar así mismo un hueco que tanto malestar causaba por falta de fuentes de información y de conocimiento de los sucesos del pasado. Como en las invitaciones correspondientes se establecía, se dividieron estos trabajos en tres etapas: la etapa del estudio geológico y geográfico, la etapa de la historia misional y la de la época independiente. Si no está hecha la historia de Baja California, a través de estos elementos, por lo menos hay suficientes datos para que lo investigadores puedan usarlos con una mayor precisión que el material hasta ahora a su mano”.
Quizás quien mejor calibró las aportaciones del congreso fue el profesor Lorenzo López, quien en la misma ceremonia de clausura dijo que este evento no era sólo “una revisión del pasado”, sino que también era “el afincamiento del presente” y era “historia en acción, en movimiento marcha y proyección. Examinamos nuestra historia, pero al mismo tiempo la vivimos. Repasamos la historia, pero a la vez la hacemos. Queremos ver nuestro pasado, pero lo vemos de pie, para no detenernos. Anhelamos sentir la conciencia de lo que fuimos, pero nuestra principal finalidad es sentir la conciencia de lo que somos y de lo que seremos. Queremos, en fin, que México entero sepa de dónde venimos, pero nos interesa más que sepa hacia dónde vamos”.
Lo que López González dijo es que el congreso tenía como propósito principal el fomentar un “interés profundo”, por parte del pueblo bajacaliforniano, por la historia propia, para que de ese interés surgiera un anhelo de ir más allá de lo logrado por las generaciones anteriores. Que la historia de Baja California era una tarea a futuro. Que no se podía construir un mañana para todos sin antes no comprender nuestros orígenes como bajacalifornianos, como ciudadanos fronterizos mexicanos. Tal es el triunfo de este congreso y tal es la labor de Pablo L. Martínez para que se realizara a pesar de la grilla nefanda de los pseudohistoriadores locales. Por eso Agustín Cué Cánovas acabó felicitando a don Pablo e invitó al público a que colaborara monetariamente para la publicación de su Historia de Baja California, que sería “la imagen activa más real y más hermosa del bajacaliforniano de ayer, de hoy y de mañana”.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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