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La cuarteadura de Morena

Del reciente Congreso Nacional Extraordinario de Morena surgió una nueva dirigencia con carácter interina o provisional, encabezada por Alfonso Ramírez Cuellar, haciendo a un lado a Yeidckol Polevnsky que venía desempeñándose como presidenta de ese partido desde que se fundó como tal. La decisión va a ser impugnada en las instancias legales, pero es un hecho que el cambio es irreversible.

Del reciente Congreso Nacional Extraordinario de Morena surgió una nueva dirigencia con carácter interina o provisional, encabezada por Alfonso Ramírez Cuellar, haciendo a un lado a Yeidckol Polevnsky que venía desempeñándose como presidenta de ese partido desde que se fundó como tal. La decisión va a ser impugnada en las instancias legales, pero es un hecho que el cambio es irreversible.

Podríamos decir que Morena ha entrado en una nueva etapa, más difícil y compleja y llena de conflictos. Yeidckol cubrió una primera fase, la de la campaña electoral de 2018 y algunas estatales en 2019, en donde de lo que se trataba era de conseguir votos para la presidencia de López Obrador, que fue una función básica que AMLO le asignó a Morena al momento de concebirlo como partido político.

En esta nueva fase a la que está entrando Morena se estaría buscando más bien preparar y organizar el partido para gobernar pero, por sobre todas las cosas, para que pueda competir en las elecciones intermedias de 2021 que arrancan este año, y prepararse para la madre de todas las elecciones que serán las de 2024.

Es obvio que Morena necesita de una dirección y un liderazgo más consistente, tanto desde el punto de vista político como ideológico. Yeidkol nunca lo fue, y nunca se ha entendido por qué López Obrador la puso en ese lugar, con lo que contribuía a desdibujar al reciente partido.

Alfonso Cuellar tiene más posibilidades de cumplir este papel, pero primero tendrá que superar varios obstáculos. El primero y quizás más importante es dotar a Morena de una identidad política y también ideológica, porque hasta ahora es una mescolanza de tendencias y perspectivas en las que predominan los viejos rasgos del priismo de los setenta, con posturas conservadoras y autoritarias.

En aras de construir un polo electoral frente al PAN, López Obrador metió en el mismo costal a muchos priistas, perredistas, panistas y un sinnúmero de arribistas que siempre están esperando esta ocasión, y con todos ellos formó Morena, enarbolando un proyecto al que puso por nombre “cuarta transformación”, que es aglutinante pero tiene una enorme imprecisión conceptual.

El factor que cohesionó y ha mantenido este revoltijo que es Morena ha sido López Obrador, pero más allá de él no hay nada que unifique a ese partido. Por lo que es bastante evidente que cada vez más, sobre todo a medida que AMLO vaya avanzando en su periodo de gobierno, los miembros de Morena se enfrenten en luchas fratricidas por el poder, como ha quedado ya de manifiesto en varias asambleas municipales y estatales en varios estados del país.

Es decir, ¿sin AMLO qué puede unificar a Morena? No está claro, salvo que Alfonso Cuellar y la nueva dirigencia intenten construir un nuevo partido, con otros componentes y con otras bases teóricas y políticas. Se ve como algo verdaderamente imposible, por lo que es previsible que Morena se convertirá dentro de poco en un campo de batalla entre sus “nuevas tribus”.

Esta falta de identidad de Morena no tendría mayor importancia si no fuera porque ya está teniendo repercusiones en el desempeño de sus gobiernos en el nivel federal, estatal y municipal, además de sus congresos. Una cosa es el presidente Andrés Manuel López Obrador, otra Morena y otra sus gobiernos, cada uno con orientaciones y direcciones distintas.

El partido y el gobierno, sus funcionarios y legisladores corren por caminos distintos, aunque un denominador común es la supeditación de todos ellos al presidente y al líder político que es López Obrador. Los liderazgos del partido son intrascendentes, igual los secretarios del gabinete y los coordinadores de las bancadas de Morena en el poder legislativo. Es decir, todo gira alrededor de un solo líder y de un solo poder.

Es lo mismo que sucedió antes con el PRI, que se convirtió en el partido del presidente, o en el partido de Estado, en una maquinaria electoral poderosa, pero sin independencia, supeditada y cuyos dirigentes nombraba el mandatario en turno.

Morena puede caer en la misma situación, si no es que ya está. AMLO dice que él se mantendrá al margen de los cambios del partido, pero no es tan fácil deshacerse de un partido que es su creación y que está bajo su férula política. No por lo menos antes de 2024, que será cuando concluya el gobierno de López Obrador.

En fin, estamos ante un caso en el que un partido gana el poder gubernamental, antes de ser verdaderamente un partido político. ¿Lo podrá ser ahora desde el gobierno teniendo como centro de poder a un solo líder como es López Obrador? ¿Un partido sin ideología y sin bases teóricas? ¿Puede haber un partido así en los nuevos tiempos? Lo sabremos muy pronto.

* El autor es analista político.

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