Jorge Ibargüengoitia: el humor a la mexicana
Jorge Ibargüengoitia (1928-1983)escribía para toda clase de lectores, en especial en sus colaboraciones para Excélsior, que estaban destinadas para el público en general.
Jorge Ibargüengoitia (1928-1983)escribía para toda clase de lectores, en especial en sus colaboraciones para Excélsior, que estaban destinadas para el público en general. Su última novela publicada en vida, Los pasos de López (no, no era una obra futurista sobre la cuarta transformación) no alcanzó las cotas de humor ácido que sus novelas anteriores, como Los relámpagos de agosto, Estas ruinas que ves y Dos crímenes. Pero su muerte, a sus apenas 55 años de edad, mutiló una trayectoria literaria que hubiera podido ofrecernos, en las décadas siguientes, visiones libérrimas de México y de nosotros, los mexicanos. Y aún así, leer sus textos ahora, en este siglo XXI, a casi cincuenta años de distancia, no es un ejercicio de nostalgia sino un redescubrimiento atroz: el de hallar un espejo fiel donde las taras del pasado se parecen demasiado a las taras del presente, donde nuestras actitudes, costumbres y creencias colectivas se asemejan a las que él vivió y experimentó en carne propia, a las que él transformó en materia literaria, en narrativa puntillosa y certera como pocos autores nacionales lo han hecho.
Nuestro autor fue, en su época, es decir, en la segunda mitad del siglo XX, uno de los pocos escritores cuyos libros la gente compraba por el puro placer de su lectura. En su obra no había espacio para mitologías trascendentes, grandes discursos políticos o visiones elevadas sobre la situación del mundo. Por el contrario, Ibargüengoitia se dedicaba a desmontar los mitos heroicos de nuestra historia patria, a poner en su lugar a generales, políticos, burócratas, revolucionarios, intelectuales y a la gente común y corriente que hoy llamamos la sociedad civil y que, para él, cronista de nuestros pesares a su pesar, no la veía civilizada por ninguna parte. Tanto en sus artículos para periódicos como en sus cuentos y novelas, don Jorge supo vernos como éramos y no como queríamos que nos vieran los demás.
Una de las frases favoritas de Ibargüengoitia era: “Sálvese quien pueda”, que seguramente él la consideraba la única conducta posible en los tiempos que le tocó vivir. Y si uno lo piensa bien, México siempre ha sido el país del sálvese quien pueda y como pueda. Este sentido del humor es el que nos permite sobrevivir a plagas tan tremendas como los políticos mentirosos (valga el pleonasmo), los empresarios voraces (ídem), los líderes auspiciadores de desastres y los ciudadanos que nunca actúan como ciudadanos sino como turbas vengadoras. Muchos de los textos de este libro son, para satisfacción de los lectores de Ibargüengoitia, políticamente incorrectos, descripciones graciosas hasta la amargura que nos cuentan las vicisitudes que padecemos, como mexicanos, cuando vamos al mercado, hacemos fila en oficinas públicas o nos peleamos con la gente por causas baladíes. Don Jorge sabía que sus compatriotas somos propensos a burlarnos de los demás, pero cuidadito con que se metan con nosotros. En nuestro interior creemos ser prístinas estatuas de héroes impecables.
Ibargüengoitia se mofaba, en sus escritos, de esos monumentos de mármol o granito que somos como sociedad. Hay veces que un artista logra pintarnos de cuerpo entero en nuestras luces y sombras, que logra quitarnos la pátina de seriedad, pomposidad y soberbia que cargamos y él fue esa clase de observador perspicaz, de lúcido satirista. Hoy en día, con tantas metidas de pata de nuestros representantes públicos de todos los niveles y colores partidistas, uno desearía que don Jorge estuviera, aquí y ahora, acompañándonos en esta comedia de enredos que es la vida actual de nuestro país. Cómo la disfrutaría y cuántas crónicas deliciosas no haría de un México donde el cinismo ya es código moral, donde la codicia se ve como superación personal y el egoísmo es norma ejemplar de conducta.
La obra de Ibargüengoitia nos recuerda que los mexicanos poco hemos cambiado, en nuestra manera de ser y comportarnos, desde que él escribiera sus textos, hace sesenta años, porque seguimos siendo una sociedad que utiliza el humor como tabla de salvación, que se burla de los otros con el mismo desprecio de tiempos antiguos. Pero en aras de la precisión, para Ibargüengoitia el humor no es un arma para herir a sus semejantes, sino un escudo defensivo para sobrevivir a las contingencias de ser mexicano, de soportar un país que vive de milagro.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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