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Independencia… dependiente

Por el plazo que les tocó vivir; hombres de la talla de Hidalgo y Morelos heredaron a los mexicanos bien nacidos un ejemplo de recuerdo histórico inmortal.

Por el plazo que les tocó vivir; hombres de la talla de Hidalgo y Morelos heredaron a los mexicanos bien nacidos un ejemplo de recuerdo histórico inmortal. Fruto ambos de un poder que durante siglos sometió al pueblo indígena asentado en esta región del continente, Hidalgo al igual que Morelos, no solo confrontaron su razonar patrio, coraje hacia los explotadores y humanidad para los flagelados sino que, a la vez, sostuvieron una intensa como contradictoria lucha de conciencia entre su ser religioso, apostolado sacerdotal y pertenencia a la Iglesia católica confabulada, cómplice del poder que mediante la cruz y la espada fijaron grilletes a los derrotados en beneplácito del sátrapa reinado español.

Siglos de opresión mutilando la existencia de los oprimidos hubieron de pasar para que un día, septiembre de 1810, un puñado de valientes emprendieran la guerra libertaria contra la tiranía esclavista… ¡señores – manifestó el cura Hidalgo a los conspiradores previamente denunciados –nos han descubierto y no queda otra que ir a coger gachupines! Y allí, de espaldas a la fachada del santuario del sitio, el párroco de Dolores, Guanajuato, seguido de un puñado de indígenas y mestizos pobremente armados comenzaron la cruzada Insurgente que años más tarde, 1820, tatuaron la llamada Independencia de México, no en cuanto desenlace de vencedores y vencidos, sino como fruto de un tratado de paz entre libertadores y conservadores.

El forzado desenlace de la guerra por encima del campo de batalla, sin tanto especular, dió continuidad a una conflictiva imposible de remontar las diferencias ideológicas, políticas, económicas y sociales que un elemental pacto pudiese zanjar entre una independencia que no terminaba de nacer y un poder extranjero que no acababa de morir: incumplimiento de los acuerdos, golpes militares, rebeliones, gobernantes impuestos, invasiones, mutilación territorial y mayor pobreza abarcaron más tiempo que la propia contienda sostenida entre los ejércitos Insurgente y Realista hasta que Juárez, 1867, ordenó el fusilamiento de Maximiliano. Prolongado y oscuro paréntesis donde los Sentimientos de la Nación y la Constitución de Apatzingán promulgados por el General José María Morelos y Pavón fueron conculcados e ignorados.

Y luego en el colmo de la fallida independencia la fatalidad, y con ello, la puñalada asestada por el Porfiriato que subordinó a favor del imperio francés la producción, finanzas y comercio que montado sobre el lomo de la bastarde clase terrateniente (hacendados y fayuqueros) prosiguieron gritando la Independencia de marras ahogando, a la vez, la doliente voz de peones y campesinos a quienes no emocionaba la pintoresca gesta del “México Independiente” disputado, a esas alturas, por capitalistas gringos que dejaban ver el filo de las bayonetas.

El porvenir a lo antes citado (Independencia, Leyes de Reforma, Porfiriato o Revolución Mexicana); correspondió a una realidad política que por lo cualitativo (nacionalista, cultural, emancipador, identidad) como cuantitativo (riqueza prima, producción, inversión o cosecha) en esencia ha continuado sin pertenecer a un ser soberano sino dependiente, supeditado, consumista patio trasero del Tío Sam resguardado por vende patrias que a lo largo de 200 años (1820-2019) no han dejado de subastar a México.

Piropos discursivos y pólvora mojada aparte, la independencia persiste dependiente…





* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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