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Emisarios de la violencia

La violencia humana, para no citar otras categorías, en parte respondió a la necesidad de perdurar en un mundo donde la naturaleza no siempre fue generosa.

La violencia humana, para no citar otras categorías, en parte respondió a la necesidad de perdurar en un mundo donde la naturaleza no siempre fue generosa: pesca, cacería, recolección o climas extremos empujaron a la tribu y clanes a despojar a otros por la fuerza y medios agresivos para subsistir.

Y aunque la violencia antigua, por así llamarla, marcó la diferencia entre vida y muerte (el sedentario “poseedor” y el nómada desposeído) el Imperio romano recuperó con creces el experimento primitivo armonizando, a través de actos despiadados, el dominio y saqueo de pueblos que fueron esclavizados sin miramientos reposando, hasta el día de hoy, el cinismo de los furiosos impulsados por el pillaje o venganza promotora del macabro “en la guerra todo se vale” como pasaporte a perpetrar atrocidades de instinto animal.

Renacer el proceder iracundo del sujeto “civilizado” nos enfila a la cima, hasta la cumbre del exterminador por excelencia ya que incluso los históricos desastres habidos sobre nuestro planeta (por cuanto perturbaciones ciegas como súbitas) empequeñecen frente a lo devastado por los “racionales” en deterioro del entorno físico que nos acoge, y peor, en ultraje del prójimo: el hombre no solo es caníbal del hombre sino destructivo remolino que arrasa con el hábitat donde nace, crece y vive.

Efectivamente en la guerra todo se vale, y en dicha mezquindad, la misma trasciende del campo de batalla a la fuerza económica, política, ideológica o religiosa pues el objetivo ponzoñoso no conoce otro límite que no sea cazar un mayúsculo poder material implique, por supuesto, la pobreza y explotación masiva ya que para el capital depredador el “pez más grande se come al chico” sin importar, absolutamente, el tamaño y herida del violento anzuelo utilizado cuando lo vital son los fines logrados.

La violencia universal comprendida la creada y recreada en México, solo es entendible por la copiosa impunidad y corrupción generada por y desde el Poder que la oligarquía y su régimen han pertrechado durante décadas. Un proceder añejo sustentado en la violencia cuyo funesto oscurantismo lo mismo comprende el fraude electoral que la cotidianidad autoritaria, desacato a la ley, represión expedita o la nunca suficientemente jamás extrañada desigualdad social que vierte la bilis de la frustración que lleva al espeluznante desquite dentro y fuera de las instituciones.

El trato cruel volcado por el sistema opresor en contra de los desheredados domina parejamente trátese de infantes violados, mujeres prostituidas, jóvenes drogadictos, faltos de techo, niños de la calle o lo que de manera pervertida es acentuado en atosigar, acechar o acosar a mujeres de por sí agraviadas en el seno del hogar, la escuela y el espacio laboral siendo notable, por si algo faltara, el por ellas sobrellevado en el largo y ancho de una calle sumamente infectada, profanada, por recurrentes feminicidios.

Frenar la violencia del poderoso contra los desprotegidos dependerá de ellos mismos a través de la organización, resistencia, unidad y lucha permanente por una mejor vida…

* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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