Emigrar es solo para valientes
Venían con el corazón rebosado de esperanza en busca de una mejor oportunidad de vida en su intento por cruzar a Estados Unidos.
¿Recuerdan cuando llegaron los haitianos a Mexicali? Venían con el corazón rebosado de esperanza en busca de una mejor oportunidad de vida en su intento por cruzar a Estados Unidos, pero el destino y las leyes caprichosas los obligaron a beber agua del Rio Colorado.
La primera vez que los vi estaban haciendo largas filas en el túnel peatonal que te conduce a Calexico. Llevaban días entre el calor y la pestilencia. Con vergüenza evadían las miradas inquisidoras de los transeúntes que caminaban presurosos en su afán por cruzar la línea que divide a México del primer mundo.
Con irritación rememoro los comentarios que se vertían alrededor de este fenómeno migratorio: “pero aquí no se pueden quedar, ya hay mucha delincuencia”, “que regresen a su país, que México tiene que atender a sus pobres” y entre los juicios más indignantes “luego se van a mezclar con nosotros”.
Hago alusión a este episodio que vivimos como bajacalifornianos (quiero pensar que ya superado), porque recientemente vi las perturbadoras imágenes de la Patrulla Fronteriza tratando de cerrar el paso en los lomos de sus caballos a haitianos indocumentados en El Río (Texas) a punta de fuetazos. Quedé impávida, luego me invadió una tristeza, similar, nunca igual a la que he visto en los ojos de los inmigrantes y sus hijos recluidos en los centros de detención en Arizona.
Y si quisiera aclarar que puede parecerse la aflicción que siento, pero nunca igualarse, porque no me ha tocado vivir en carne propia el abuso, rechazo y vejaciones que pasan los inmigrantes en busca de mejorar su calidad de vida, solo he documentado su tragedia y por eso me concedo la atribución de compartir su pena.
Pese a eso, he visto en los inmigrantes las grandes virtudes de las que carecen los citadinos que nunca han despegado su trasero del país donde nacieron. Los nómadas tienen un corazón enorme, una fe inquebrantable y una valentía invaluable.
Acabo de escuchar la historia de un haitiano que recorrió más de 10 mil kilómetros y cruzo siete países para poder llegar a Monterrey. Como él cientos de haitianos dejaron sus hogares y cruzaron Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala para ingresar a las fronteras de México en busca de alcanzar el sueño americano.
Cuando leo estas historias de las personas de a pie, con apenas el mínimo para subsistir, pero con el corazón de león para cruzar países, no puedo evitar recordar nuestros antepasados que decían: “De donde sale el sol, de allí vienen los indígenas”.
Tampoco puedo evitar verme como una inmigrante, aunque con privilegios, pero al fin nómada, igual que mi madre, nacida en las tierras yaquis y quien emigró a la frontera de Mexicali y se hizo ciudadana norteamericana. Así yo, me vine para el gabacho en busca de mejores oportunidades de trabajo, y no erre en ser valiente, como tampoco se equivocan los miles y miles de inmigrantes que siguen y lo seguirán haciendo.
No olvido el comentario de una hispana emigrada que goza del “american dream”, durante una tertulia: “¿pero a qué vienen para acá, que mejor se queden allá”. Pues así de sencillo, le respondí, vienen a lo mismo que tú viniste, a mejorar sus vidas.
La inmigración debería ser un derecho y no manejarse como un agravio. La humanidad ha sido nómada toda la vida, aunque tristemente este fenómeno sociológico carece de empatía.
Pero un punto sí tengo muy claro cuando escribo sobre ello, la inmigración no es para todos, ese privilegio solo está reservado para valientes.
*Periodista independiente para la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ por sus siglas en inglés).
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