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El mundo amenazado

Muchos de los que crecimos en el siglo XX y hemos visto lo que ha sucedido en el mundo hasta esta fecha, no pensábamos que nuestro planeta podría colapsar por la epidemia de un virus.

Muchos de los que crecimos en el siglo XX y hemos visto lo que ha sucedido en el mundo hasta esta fecha, no pensábamos que nuestro planeta podría colapsar por la epidemia de un virus. La catástrofe esperada podría venir del calentamiento global y sus consecuencias, o de una guerra fuera de control en algún país del medio oriente o de cualquier otro. Pero no de un virus que se expandiera por todo el mundo.

Hay muchos ángulos por donde ver la que está sucediendo, pero por lo pronto abordemos las cosas más básicas o evidentes y, quizás, más preocupantes que trascienden a la epidemia misma.

En primer lugar, el mundo globalizado que surgió después de la Segunda Guerra Mundial y que alcanzó la cúspide en estos últimos años, lo es sólo en algunos aspectos económicos y financieros, pero en otros es un mundo de países separados, aislados, con barreras entre ellos, como es el caso de Estados Unidos y México. Lo mismo pasa en Europa, cuya expresión más acabada es el Brexit y su postura ante la migración.

Contrario a lo que creíamos, no es un mundo “unificado”, conviviendo o cohabitando juntos en el planeta. La globalización hizo al mundo pequeño por sus complejas interconexiones, pero al mismo tiempo lo fragmentó y lo dividió en mil pedazos o en cientos de países que siguen sus propias reglas.

La globalización también trajo un impulso más “universal”, pero al mismo tiempo el mundo se hizo más frágil e inseguro; más cambiante e impredecible, con crisis económicas y financieras más constantes, con amenazas diversas. Al tiempo que trajo más seguridad para unos, a otros los hizo vivir en el filo de la navaja.

Los virus más amenazantes y letales (para la humanidad y la civilización) que han surgido en este caldo de cultivo no son como el Coronavirus, sino otros como el individualismo, la falta de solidaridad y el egoísmo exacerbado, como el de esas personas que van y asaltan las tiendas o hacen compras de pánico en una actitud de “sálvese quien pueda”.

Es decir, es un mundo que ante la primer amenaza (económica, ecológica o una epidemia como esta), provoca una estampida individual que se nutre del temor, de la desinformación, del egoísmo y la falta de empatía ante los otros. Todos buscan salvarse de manera individual, no con los otros o junto a los otros, sino “yo primero”, provocando más pánico y caos ante las medidas sanitarias.

Lo mismo podemos ver a nivel de los países, no obstante el papel destacado de la Organización Mundial de la Salud. Cada país busca abatir la epidemia al interior de sus propias fronteras (como es obvio), pero no en coordinación con el resto del mundo. Todos piensan en el costo y las consecuencias posteriores, no tanto en las vidas humanas.

Mientras el virus se propaga a una gran velocidad por el mundo, cada país implementa sus propias medidas y protocolos sanitarios, como lo hizo China y luego Estados Unidos, así como los países europeos y los de América Latina. Cada uno va calculando sus costos, incluso estimando diversas “fases” de gravedad, y en el colmo se calculan hasta las muertes que podría ocasionar.

No hay una acción concertada a nivel mundial, con políticas generales pero incluso con posibles alternativas ante la eventualidad de una recesión o de una crisis profunda que colapse a algunos países o regiones. Al contrario, cada país quiere salir solo de su crisis y antes que todos, para tener una ventaja después de la epidemia.

Lo curioso es que mientras el mundo que se ha construido en los últimos cincuenta años o menos se está derrumbando y está estallando en pedazos, los gobiernos de cada país lo que más le interesa es abatir o disminuir los costos económicos y políticos, así como evitar una posible recesión interna.

En países como el nuestro ni siquiera hay capacidad para articular una respuesta coherente que dé confianza a la gente. El gobierno de López Obrador ha sido barrido por la epidemia y varios estados empiezan a regirse por políticas propias, lo mismo que muchas personas que ven con azoro cómo el presidente asume una actitud displicente ante la amenaza del virus.

Quizás es exagerado decirlo así, pero el mundo globalizado, con su individualismo atroz y su profundo egoísmo, de seres humanos que sólo “viven” para ellos, sin ver a los otros y llenos de pánico, con países gobernados por una clase política rapaz que calcula las muertes en términos de costo político, está llegando a su fin.

Es posible que además de las muertes, el virus de lugar a la formación de otro mundo y una nueva etapa civilizatoria o a una nueva etapa de autogobierno. Esperemos.

* El autor es analista político.

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