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El año que vivimos en peligro

Escribo el último artículo de un año trágico y definitivo para la historia contemporánea. La pandemia del COVID-19 ha transformado nuestras vidas Es ya lugar común afirmar que después del 2020 nada volverá a ser igual. Por desgracia, esta sentencia es verdadera. Nada más disruptor en los últimos 100 años que el virus SARS-CoV-2. Ni siquiera el VIH, o el de la influenza H1N1 en 2008. Los efectos del COVID-19 son incomparables con los anteriores virus.

Escribo el último artículo de un año trágico y definitivo para la historia contemporánea. La pandemia del COVID-19 ha transformado nuestras vidas Es ya lugar común afirmar que después del 2020 nada volverá a ser igual. Por desgracia, esta sentencia es verdadera. Nada más disruptor en los últimos 100 años que el virus SARS-CoV-2. Ni siquiera el VIH, o el de la influenza H1N1 en 2008. Los efectos del COVID-19 son incomparables con los anteriores virus.

Mucho se ha escrito sobre los efectos de la pandemia para las economías del mundo. En todos los países, sin excepción, se generó una grave crisis la cual será difícil revertir. En muchos de ellos el esfuerzo de décadas se fue por el caño, lo cual desgraciadamente se traducirá en sociedades con mayores desigualdades económicas y sociales.

El nuevo registro social deberá ser antes y después de la pandemia. Por ejemplo, hay conceptos que cambiaron o que redimensionaron sus alcances: mundo virtual, home office, pandemia, chats, reuniones virtuales, redes sociales, nueva normalidad, sana distancia, etc.; todos esos son conceptos sobre nuevas formas de comunicación, relaciones sociales y laborales. En el horizonte cercano veo que todo será híbrido o combinará lo virtual con lo presencial.

2020 para muchos es un año en el que el tiempo se detuvo o retrocedió. Quienes sufrieron la enfermedad o perdieron a un amigo o un familiar, el único deseo es que ya termine. Los especialistas dan cuenta que las enfermedades mentales se dispararon: en mucho por el encierro, la falta de interacción con seres queridos y amistades, la pérdida del empleo, pero sobre todo por la incertidumbre sobre el futuro inmediato. El temor ante lo que se vive, agravó o provocó depresión en una gran parte de la población. Apenas empezamos a conocer los alcances de la pandemia en el terreno de la salud mental y me temo que los datos son preocupantes, por decir lo menos.

Para quienes nos dedicamos al trabajo académico, gran parte de nuestras actividades cambiaron. El trabajo se multiplicó a partir del confinamiento en el mes de marzo. Las reuniones de trabajo, seminarios, mesas redondas y solicitudes de conversación en diversos programas, se potenciaron. Al abaratarse los congresos y reuniones académicas, muchos quisieron organizar las suyas. El resultado, miles de eventos virtuales. Si antes para asistir a una reunión se tenía que elaborar un documento pues el compromiso era entregar el material a cambio del pago de viáticos, ahora se trata, en la mayoría de las ocasiones, de “echarse el palomazo”. Para los adictos a asistir a eventos y congresos, la pandemia les vino como “anillo al dedo”. Nunca lo virtual sustituirá a lo presencial, menos en las escuelas y en diferentes cursos. La interacción alumnos-profesores es insustituible para el conocimiento. La educación virtual exclusiva deberá ser pasajera, producto de una coyuntura excepcional.

La pandemia evidenció lo mejor y lo peor de la condición humana. Hubo quien reaccionó solidarizándose con los trabajadores de la salud y acatando las recomendaciones de las autoridades: sana distancia, lavado constante de manos y resguardarse lo más posible en casa. Hubo quien se dedicó a criticar y a boicotear las advertencias de los expertos. De pronto, los críticos se convirtieron en epidemiólogos y juraron tener la cura a la pandemia en cuestión de días. Pero la receta fue la misma que ya conocíamos. Lavado de manos, sana distancia, uso de cubrebocas y pruebas, muchas pruebas, millones de pruebas. En los últimos días la cruzada de los expertos de ocasión ha sido que las vacunas se vendan al mejor postor, que no las “acapare” el gobierno. Que sea el “mercado” quien dicte las prioridades de la población a vacunar. Su religión es el dinero, la mezquindad es su forma de vida.

En medio de la pandemia y sus consecuencias, conocimos testimonios de verdaderos héroes que decidieron estar en el frente de batalla en hospitales, pero también apoyando a familias desoladas por sus miles de muertos y enfermos. Hemos conocido su generosidad en medio de la tragedia. Hoy, a unos días de empezar la vacunación, se percibe cierta esperanza de que a mediano plazo la pesadilla concluya y podamos salir a buscar nuestros espacios y nuestra vida. Falta tiempo, pero al parecer hay luz al final del túnel. Así concluye el devastador año 2020.

*- El autor es Investigador de El Colegio de la Frontera Norte/Profesor Visitante en el Centro de Estudios México-Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego.

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