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El Mal

Del baúl de los recuerdos éste de hace medio siglo.

Del baúl de los recuerdos éste de hace medio siglo. Un verano corrió en la Colonia Alaska (Rumorosa) la noticia de que andaba suelto un perro con rabia. Mi padre nos juntó y aconsejo no confiar en ningún can, incluida nuestra mascota. Una tarde escuchamos una gritería hacia el Norte del poblado rural. Luego vimos venir gente con palos, venían siguiendo al chucho rabioso.

Nuestro perrito salió corriendo y ladrando hacia el animal enfermo y babeando y yo tras él, para tratar de impedir que lo fuese a morder. Atrás de mí salió mi padre con una pala como arma. Cuando el can perseguido nos vio, inmediatamente corrió hacia nosotros. Inteligentemente el “osito” se puso enfrente de mí, como protegiéndome, y cuando el animal rabioso lo atacó , en vez de agarrarse a mordidas con él, se tiró al suelo y pataleando evitó ser mordido. Pero yo en el afán de salvar al “osito” fui “babeado”, pero por fortuna no me mordió el animal enfermo. Mi padre me tomó del brazo y jaló hacia la casa. Por suerte llegaron las personas que lo perseguían y el perro siguió su huida. Mi padre se aseguró que no me había mordido y me mando a lavarme muy bien con agua y jabón, y luego mi madre me frotó el brazo con alcohol.

El incidente no terminó ahí. A los tres días supimos que el perro había sido sacrificado y su cabeza enviada a Mexicali para ser analizada: tenía la rabia. Entonces llamaron a todos aquellos que fueron mordidos para vacunarlos. Veinte inyecciones dolorosas alrededor del ombligo les aplicaron. Tuve más miedo a las inyecciones que a la rabia y no fui a vacunarme. Mi padre lanzó una sentencia: “hay que vigilarlo cuando llene la Luna”, para asustarme y conseguir que fuera tratado, pero me resistí argumentando que no fui mordido. Entiendo que mi padre, como no hubo sangre ni rasguño alguno, no me llevó por la fuerza a vacunarme.

Pero los días que siguieron fueron una tortura para mí. La gente murmuraba  que “el mal”, como también se le llama a la rabia, se mete hasta por los poros de la piel. A medida que se acercaba la luna a llena, no pude dormir esperando convertirme en un hombre lobo. Me aprendí los síntomas: Primero dolores intensos de cabeza, luego sed, fiebre y después desprecio por el agua. Y llenó la luna. En el medio rural uno está cotidianamente en contacto visual con Selene. A pesar de lo impresionado que estaba, constaté que el rabioso can no me había infectado.

Entre creencias y mitos superé esta crisis de incertidumbre. Hubo quien me dijera: “ya estás inmunizado contra la rabia”, otro mito en el que no confiaría. Un poco después, en 1965, la película mexicana El Mal, dramatizaba la muerte de un infectado de rabia (José Elías Moreno), atado a un poste. En algunas pesadillas posteriores me vi en el lugar del afamado actor. (Fragmento del libro Memorias de La Rumorosa)

 

*- El autor es investigador ambiental independiente.

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