Don Julio Rodríguez Barajas: la generosidad ante todo
A principios de 2018 recibí un sobre de manila conteniendo varias fotocopias de artículos y libros engargolados. El remitente era el profesor Julio Rodríguez Barajas.
A principios de 2018 recibí un sobre de manila conteniendo varias fotocopias de artículos y libros engargolados. El remitente era el profesor Julio Rodríguez Barajas. Las fotocopias consistían en textos alusivos a la memoria de otro maestro normalista: el profesor Valdemar Jiménez Solís, quien había fallecido en agosto de 2017, sobre los momentos estelares del sindicalismo magisterial, la fundación de la Casa del Jubilado y el Centro Social, Recreativo y Cultural para adultos mayores en Tijuana y la trayectoria del profesor Florencio Valle Hernández, también fallecido en 2017, entre muchos otros temas que su autor difundía con fechas precisas y anécdotas fraternas.
Don Julio me señalaba que “Estas hojas sueltas las reparto entre compañeros jubilados de la Casa del Maestro. Es un trabajo artesanal que hacemos mi esposa y yo. El trabajo no es mucho pero es muy significativo para quienes les puede interesar estos detalles.” Junto a estas hojas, encontré Historias de Tijuana (2000), un breve libro de cuentos históricos de su autoría, en cuya portada me escribió: “Maestro Gabriel, con mi admiración y respeto de siempre, estas historias que están en reconstrucción.” El primer cuento de este libro, titulado “El chino más viejo del mundo”, estaba dedicado a Rubén Vizcaíno Valencia, “por su irrenunciable amor por Baja California.”
Cuando poco tiempo después supe de la muerte de don Julio, pensé lo mismo de su persona: él era un hombre que, más allá de su trabajo magisterial y sus aportaciones a la historia regional, en cada acto suyo había un “irrenunciable amor por Baja California”, un deber emotivamente asumido por darle su lugar a la gente que puso en pie nuestra entidad. Y es que el profesor Rodríguez Barajas era esa clase de pionero: un promotor cultural siempre atento, ceremonioso y afable. En las ocasiones en que tuve la suerte de platicar con él, de convivir con él, me percaté de que era un hombre generoso que buscaba, con afán de consumado pedagogo, tender puentes entre lo antiguo y lo reciente, entre lo tradicional y lo moderno.
Don Julio quería que las generaciones de niños y adolescentes supieran sobre hombros de qué gigantes estaban paradas, deseaba que las obras del pasado siguieran siendo guías de los jóvenes bajacalifornianos del siglo XXI. Sin sus libros sobre el teatro y la educación en Baja California, yo no hubiera encontrado el camino para escribir mis investigaciones sobre esos temas. Sin sus consejos, no habría entendido que el teatro escolar y la labor magisterial fueron apostolado para toda la vida, trabajo creativo y apasionado, deber comunitario y labor de equipo. Una tarea colectiva. Un esfuerzo mayor. Si hubo alguien que pudo cumplir su papel de mentor para que otros avanzaran en el conocimiento de nosotros mismos, fue él. Su tarea no fue sólo en un salón de clases sino en el centro de nuestra vida social fronteriza: escribiendo de lo que lo entusiasmaba, rescatando nuestro ayer para fortuna de todos nosotros.
Es importante destacar aquí que el estudio de lo nuestro, por más que haya un notable interés en los lectores bajacalifornianos por la historia regional, sigue siendo un camino empedrado de obstáculos por doquier. Es cierto que hay muchos archivos históricos en la entidad, que las bibliotecas locales ya cuentan con espacios dedicados a las colecciones editoriales de las instituciones de nuestro estado, pero el trabajo de buscar los datos pertinentes para escribir la historia de lo que ustedes imaginen: desde el desarrollo de la educación a la evolución de los deportes, pasando por la historia del cultivo de la vid, la industria agropecuaria o la investigación científica del fondo marino, sólo para mencionar algunos temas, sigue siendo un esfuerzo más de terquedad individual que de impulso institucional, incluso a estas alturas del siglo XXI.
El que sepamos cómo hemos sido se debe, en gran medida, a la tarea de hormigas de decenas de cronistas e historiadores aficionados que se han tomado el compromiso de contar los entretelones de nuestra vida comunitaria como su labor de toda la vida. Por eso digo que don Julio Rodríguez Barajas fue memoria viva de nuestra entidad, una luz inextinguible de nuestros mejores quehaceres y atributos, tesoro de nuestras letras a la vista de todos. Investigador infatigable de nuestro pasado para obsequiarlo a todos nosotros.
Tal es su legado. Tal su ejemplo.
*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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