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¡Dios mío por qué no has desamparado! ¡Un albergue de inmigrantes cerca de Villafontana!

Cuando observo este tipo de reacciones de mi comunidad, quienes dicen sentirse atemorizados por el anuncio de que las autoridades pretender abrir un albergue para inmigrantes en un suburbio de clase media en Mexicali, Baja California, me entristece en sobremanera.

¡Dios mío por qué no has desamparado! ¡Un albergue de inmigrantes cerca de Villafontana!

Cuando observo este tipo de reacciones de mi comunidad, quienes dicen sentirse atemorizados por el anuncio de que las autoridades pretender abrir un albergue para inmigrantes en un suburbio de clase media en Mexicali, Baja California, me entristece en sobremanera.

Irónicamente los representantes de Comités de Vecinos de algunos centros poblacionales aledaños a la Calle Heroico Colegio Militar (Calle 11) y Calzada Universidad en el Conjunto Urbano Universitario, entre ellos Villafontana y San Marcos, dicen sentirse atemorizados por los inmigrantes, aseguran que su rechazo no es hacia los centroamericanos, sino por la instalación del albergue que pretende preste servicios en una zona residencial. La realidad es que el rechazo es por la simple razón de que se trata de gente pobre, de otra nacionalidad y se suma su condición de desventaja por la terrible situación de inseguridad que se vive en sus países.

Este México clasista, que condena a las personas por su apariencia sigue más vivo que nunca, y a pesar de ver que en Estados Unidos matan a nuestros connacionales por ser mexicanos, no surge entre nosotros la empatía hacia esta gente que tiene que emigrar anteponiendo sus vidas, para buscar un mejor futuro para sus hijos.

Así es, recientemente cientos de vecinos de la zona poniente de Mexicali, manifestaron su rechazo a la instalación de un albergue para atender exclusivamente a centroamericanos retornados a México, argumentando que se trata de una área con escuelas, por lo tanto les “preocupa la inseguridad que pueda generarse”.

Ahora, yo pregunto, quien de nosotros tienen algún familiar que haya emigrado a otro país en busca de una mejor vida, podría asegurar que todos tenemos algún tío, tía, primo, prima, hermano, hermana, hijo, hija, padre o madre que dejó México por diversas razones que son por demás conocidas.

No se trata de maleantes, ni de gente peligrosa, se trata de amigos y familiares, con rostros, historias y nombres. Esas personas, al igual que los centroamericanos, han tenido que vivir marginados en Estados Unidos o Canadá, donde el racismo es el pan de cada día, donde son abusados por ser morenos e inmigrantes, por hablar nuestro propio idioma, estas prácticas supremacistas ya se han vuelto común para los hispanos, pero no por ello, son aceptables.

He entrevistado a demasiadas familias centroamericanas desde que inició este fenómeno migratorio, y son padres con hijos, abuelos con nietos, hermanos y amigos. Son seres humanos que intentan llegar a Estados Unidos en busca de trabajo, los más desesperados buscan cruzar la frontera para encontrar alguna cura para sus hijos enfermos, otros más solo intentan desesperadamente reunificarse con su familia.

He conversado durante horas con ellos, me han platicado la terrible travesía que viven cuando salen de sus países y cruzan México, donde aseguran, son vejados, extorsionados y robados por la propia policía mexicana. Nuestra gente, pisando a nuestra gente, una historia repetitiva, triste y devastadora que arrastran los países del tercer mundo.

Este fenómeno va a pasar, los albergues son temporales, las leyes de asilo político están cambiando y se van endureciendo con las políticas de Donald Trump. Lo más probable es que toda esta gente regrese al lugar de donde salieron huyendo. Pero mientras, podemos abrir un poco nuestros corazones y aplicar una dosis de misericordia, que tanta falta hace en estos tiempos, hacia nuestro prójimo.





*La autora es Corresponsal de la Agencia Internacional de Noticas Efe.

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