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Círculo vicioso

Por encima de cualquier ordenamiento jurídico creado por el Estado mexicano para que todo gobierno regule los derechos y obligaciones ciudadanas, los sujetos, por naturaleza, en parte han determinado su comportamiento por medio de costumbres las que muchas de ellas, por imitación, terminan plagiadas hasta un punto donde el individuo, insistimos, se apropia, de prácticas, hábitos, usos y rutinas que contraídas en la calle determinan el temperamento no solo personal sino, incluso, grupal dando al traste con los “intachables” prototipos éticos, morales o cívicos fomentados por el aparato  ideológico público y privado ( escuela, iglesia, familia, reglamentos ).

Por encima de cualquier ordenamiento jurídico creado por el Estado mexicano para que todo gobierno regule los derechos y obligaciones ciudadanas, los sujetos, por naturaleza, en parte han determinado su comportamiento por medio de costumbres las que muchas de ellas, por imitación, terminan plagiadas hasta un punto donde el individuo, insistimos, se apropia, de prácticas, hábitos, usos y rutinas que contraídas en la calle determinan el temperamento no solo personal sino, incluso, grupal dando al traste con los “intachables” prototipos éticos, morales o cívicos fomentados por el aparato  ideológico público y privado ( escuela, iglesia, familia, reglamentos ).

No obstante, y a pesar del empeño controlador y enajenante  irradiado desde el Poder; el gobierno, la familia, las religiones o partidos políticos ni juntos ni separados logran encauzar a su imagen y semejanza al individuo por una simple razón: las prácticas y pensamientos del prójimo no son ciegos y menos mecánicos sino premeditados, contradictorios y buscadores de beneficios lo que otorga al razonamiento humano múltiples imaginarios (juicio, intuición, esperanza, etc.,) de suerte que entre la vida impuesta, el discurso altanero y la diferencia entre lo real, lo aparente y el disimulo el malogro doctrinario del régimen, el desaire manifiesto hacia los pecados capitales dictaminados por amenazantes pastores y desdén a las reglas familiares retroalimentan el cultivo adecuado para que, entre otros fenómenos, la corrupción y delincuencia brillen al máximo.

Por eso el “anhelo” de guiar al hombre sobre rutas de “coexistencia” resultan frustrantes, fallidas a causa de la falsa pretensión de enmendar al transgresor en sus intenciones criminales o facinerosas inclinaciones pues, mientras eso acontece o dicta, con singular impunidad una runfla de corruptos de cuello blanco (adueñados de las instituciones y leyes que de estas emanan); delinquen en franca hermandad con el forajido “bárbaro” pues ellos, los “civilizados”, igual cojean de la misma pata. Es más, en México todo despojo y saqueo de mayúsculo monto no se explica sin la colaboración entre unos y otros criminales: los descarados casos de García Luna y Pemex, para desempolvar los más frescos, lo prueban todo.

Insertos en aquel ambiente material y espiritual, el clima insociable transitado concretan la existencia de las conductas seguidas, pero, nunca de forma funcional o automática sino atados a una propagación atraída por objetos (fetiches) que seducen, inspiran o dominan las rivalidades entre las “buenas y malas costumbres” mismas que no bastan los buenos deseos y graciosas voluntades para corregir.

En la glosa comentada vale señalar que la mezcla de enojo, desesperación y sugerencias contrarias a la desaforada criminalidad presente en el país y en Baja California: desfalcos a la nación, homicidios, adicciones, violaciones,  etcétera; los sombrerazos y huarachazos son incapaces de patear la cloaca que programa y de forma la mente ciudadana a través de la TV, radio, moda y consumismo sin traba responsables de mantener infectadas las calles.

Algo es seguro: los operativos, coordinaciones y emplazamiento militar para frenar, por ejemplo la violencia en Tijuana, son retórica sobre un engendro blindado a todo y sobretodos…

 

* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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