“Anticoronavirusado”
El pasado sábado fue de gloria, sin referirme a la liturgia católica; sino al hecho de que fui vacunado contra el coronavirus. Y, si no estoy “anticoronavirusado” del todo, por lo pronto ya recibí la primera dosis y en este artículo le cuento que malamente imaginaba me iba a enfrentar a aglomeraciones, malos modos y un tedioso plantón…
El pasado sábado fue de gloria, sin referirme a la liturgia católica; sino al hecho de que fui vacunado contra el coronavirus. Y, si no estoy “anticoronavirusado” del todo, por lo pronto ya recibí la primera dosis y en este artículo le cuento que malamente imaginaba me iba a enfrentar a aglomeraciones, malos modos y un tedioso plantón…
¡Pues nada de eso sucedió! El proceso fue rápido, eficiente y con mucha amabilidad. Quedé gratamente sorprendido y sin que me cueste nada decirlo: “Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido” como decía el Samurái de la canción, Pedro Vargas.
Lo primero es precisar que me vacunaron en el Hospital para el Niño Poblano en la colonia Concepción de la Cruz (sin alusiones religiosas) en San Andrés Cholula, Puebla. Habiéndome registrado en una población cercana en donde estoy pasando una muy agradable temporada en la casa de mi hija, disfrutando de mis nietos y recibiendo las atenciones de mi yerno. No es coba ni “plumero”; sino la pura verdad.
Segundo. Al hospital llegué poco antes de las nueve de la mañana y salí vacunado loco de contento en poco menos de una hora. Tuve que ver con muchas personas que te atienden: todas tienen algo específico que hacer y lo hacen muy bien. De manera concisa, clara y provechosa.
Tercero. Me incorporaron al grupo paralímpico de sillas de ruedas, andaderas y bastones. Yo no llevaba ninguno de esos “vehículos”; pero, declaré que padezco de espondilitis anquilosante, lo que juro que es verdad por la virgencita de Guadalupe (ahora sí, con toda mi devoción Mariana). El doctor que me interrogó sobre mi enfermedad me preguntó que quién era mi médico. Respondí: “ya murió pero me dejó el tratamiento de por vida, fue Donato Alarcón Segovia”. El interrogante, con una leve sonrisa, dijo: “El maestro”. Y sin cerrar los ojos me dejó pasar.
Cuarto. Durante unos cuantos minutos estuve sentado en una cómoda silla debajo de una gigantesca lona en un amplio patio. Mientras tanto, iban pasaban al interior del hospital grupos de diez personas en forma muy fluida. Por lo que muy pronto me encaminaron al interior. Al entrar revisaron de nuevo mi CURP y el comprobante de domicilio. Y sin más me dijeron: “ Pase al cubículo número tres”, en donde tres enfermeras respetando la sana distancia iban inyectando a los que ingresábamos. Me tocó, me inyectó y nada me dolió.
Cinco. Después me ubicaron en una agradable recepción y me pidieron que permaneciera sentado de 15 a 20 minutos, ya que después me harían una rápida valoración. En su momento, lo hizo una doctora que me interrogó sobre alguna posible molestia, mirándome fijamente a los ojos y ante mi respuesta de que me sentía a todo dar, ¡me dio las gracias por haber ido a vacunarme!
Ya en la calle, no lo podía creer. No es que yo sea contreras, escéptico o melindroso; pero ahora lo creo no solo porque lo viví; sino porque lo disfruté.
¡Qué no le digan, qué no le cuenten! Usted también disfrute del “anticoronavirusamiento”.
*- El autor es profesor de Redacción Creativa en Cetys Universidad.
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