Póstigo
Perdón y olvido En plena campaña electoral el hoy electo presidente de la Republica, Andrés Manuel López Obrador, en cuantas oportunidades tuvo se refirió a la violencia presente en el país. El fúnebre contratiempo por así decirlo, durante los últimos 18 años (Fox, Calderón, Peña Nieto) por corresponder a los intereses económicos en juego, el aparato político-judicial lo juzgó junto a sus correspondientes figuras policiacas, militares y ministeriales como prototipo de un mercado extranjero exigente, entre otras compraventas, de toda clase de estupefacientes y, en consecuencia, detonador del tráfico de armas, dinero ilícito, empresas, inversiones y otras múltiples operaciones que siendo ilegales su sello no podría ser otro que la brutalidad. Reducido el atroz fenómeno a un “combate entre policías y ladrones”; la lucrativa guerra probó que la máquina judicial como el aparato represivo y las instituciones encargadas de prevenir y desalentar el quebrantamiento de la ley, las tropas del crimen terminaron burlando la ofensiva del gobierno, los gigantescos recursos destinados y, lo peor, creció la corrupción fruto de los caudales invertidos en infinidad de negocios (bancos, turismo, construcción, ganadería, etcétera) donde la parte dramática corresponde a una creciente cifra de adictos los cuales cada vez son más niños. Una emprendedora visión que todo lo infectó pues en consonancia a pesos y dólares la enaltecida actividad creó, a conveniencia y paciencia del Prian, una boyante prosperidad que derivada del degradante clímax logró hospedar mayúscula deformidad cultural a través del cine, música, televisión, vestuario y publicaciones cuyo absorbente consumismo es mina de oro para sus mercaderes siendo sacrificados los jóvenes que desolados a causa del desempleo, faltos de estudio, despolitizados o precarias oportunidades toman atajos contaminados que los transforman en transgresores: por algo la representatividad de sicarios, secuestradores o narcomenudistas se encuentra congestionado por muchachos. Precisamente, y de forma relevante, los gobiernos prianistas han “combatido” la violencia anclados en los efectos y no en sus causas que explican, aparte de la desigualdad social, la fuente de la corrupción e impunidad que solo contemplan los plomazos y canje de ataúdes, mientras las gigantescas utilidades continúan intocables. Hace más de 60 años (al triunfo de la Revolución Cubana) su Estado Mayor encargó al Che Guevara detener y juzgar a los esbirros del dictador Fulgencio Batista (represores, torturadores, asesinos, violadores,). Arrestados y confesos, sus familiares rogaron piedad y perdón: “los revolucionarios –explicó el comandante– por sobre todo aman la vida y por eso perdonamos… pero no olvidamos”. Enseguida tomaron la palabra los batallones de fusilamiento. “Perdón, pero no olvido”, nos recordó Andrés Manuel ante el dramático episodio que México vive reiterando, nuevamente, el lado humano y generoso que su gobierno definirá frente al devastador dilema particular (crimen organizado-dolientes agraviados) y el descontento general (funcionarios corruptos-ciudadanía), ya que en igualdad de circunstancias, matices de por medio, unos y otros presentan correlaciones de uso corriente, sobremanera, porque sin excepción todo acto criminal (cometido por malandrines comunes o de cuello blanco) involucran al mismo aparato judicial y sus integrantes. Nada que ver con Cuba, pero la justicia demanda reclusión a los culpables… * El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.
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