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Mirador

¡Cuán felices eran Adán y Eva en el paraíso terrenal! Nada les faltaba en ese edénico jardín por el que corrían arroyuelos de leche y miel, donde abundaban frutos sabrosísimos, donde los pajarillos daban sus trinos armoniosos y donde todas las criaturas convivían en paz. Y eso no era lo mejor. Contrariamente a lo que dice el Génesis el hombre y la mujer ya conocían los gozos del amor, y a mañana, tarde y noche se entregaban a sus idílicos placeres. Pero vino a suceder que al Espíritu le pareció indebido que Adán y Eva disfrutaran mutuamente de sus cuerpos sin que esa unión estuviera consagrada ante Dios y ante la sociedad. Le pidió entonces al Creador que hiciera algo para remediar tan grave falta. Esa misma mañana el Señor creó el matrimonio. Y esa misma noche Eva inventó los dolores de cabeza. ¡Hasta mañana!...

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