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Mirador

Mea culpa

Ante el supremo tribunal, la Vida, me acuso de haber matado un árbol.

Mi crimen es mayor si se considera que el árbol era niño.

Era un encino pequeñito. Lo traje del vivero para llevarlo a Ábrego y plantarlo allá. Llegó la helada y olvidé entrarlo a la casa. El cierzo acabó con él. Cuando de pronto lo recordé y fui entre la nieve a recogerlo ya no era un árbol: era un cadáver de árbol.

Con la complacencia que el culpable tiene para atenuar su culpa me digo:

-No te sientas tan mal. Era solamente un árbol.

Pero no era sólo un árbol. Eran muchos árboles. De sus semillas habría nacido un bosque. Despojé a las aves de las ramas donde harían su nido. Privé a los caminantes de su sombra. Por mi causa le faltará al mundo la respiración del árbol, que es la respiración de Dios.

Veinte encinos plantaré en su lugar para aliviar un poco mi remordimiento. Pero cuando los vea me asaltará el recuerdo de aquél que no planté.

Mea culpa.

¡Hasta mañana!...

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