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Mar de fondo

Después de una semana de trascurrida la consulta para definir el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México lo más relevante ya no es la consulta en sí misma o si es en Texcoco o en Santa Lucía donde se construye, sino todos los mecanismos que se reactivaron con este debate entre los sectores más representativos de la opinión pública o, mejor dicho, todos los fantasmas que revivieron. Como lo había escrito en un artículo anterior, la consulta ciudadana organizada por AMLO y Morena reactivó los viejos temores con respecto a López Obrador anidados no sólo en los grupos de la derecha sino en una gran parte de la sociedad mexicana. Temores que, por cierto, se constituyeron en los principales obstáculos para ganar la presidencia en 2006 y 2012. No hay que dejar de lado este punto en esta discusión y en toda la que viene en los próximos seis años. Los temores que volvieron a revivir, en gran parte atizados por el mismo AMLO, son los que tienen que ver con la violación de la ley o las leyes que rigen en nuestro país, con respecto a las instituciones, o con el hecho de que se impongan decisiones arbitrarias amparadas en el poder o con el supuesto “apoyo del pueblo”. Pero también los temores producidos por el maniqueísmo que divide a la sociedad entre malos y buenos, puros o impuros, etcétera. A unos días de tomar posesión de la presidencia, AMLO tensó las fuerzas políticas y económicas del país, polarizó a la opinión pública, se reactivaron los ataques y las descalificaciones como durante la campaña electoral, se dirigieron durísimas críticas hacia los medios de comunicación y en particular a ciertos periodistas, pero sobre todo revivió la confrontación con las cúpulas empresariales, a las que se asocia a la corrupción y otros males. Algunos dicen que el propósito de AMLO era enviar un mensaje de fuerza a los empresarios involucrados en el aeropuerto de Texcoco, establecer una ruta o una nueva pauta de relación del poder político con el poder económico, poner distancia de la “minoría rapaz” que ha venido haciendo negocios al amparo del poder bajo los gobiernos del PRI y del PAN. Muy bien, todo eso está bien, pero la pregunta clave aquí es, ¿realmente era necesario hacer todo eso? Quizás hubiera sido una alternativa para un presidente electo cuyo margen de victoria habría sido reducido, como lo fue en el caso de Salinas de Gortari por ejemplo, pero no para quien como AMLO ganó la presidencia con 30 millones de votos, ganó las dos cámaras y es el presidente con más legitimidad política en la historia más reciente del país. Por otro lado, cualquier político serio sabe que la relación del poder económico con el poder político no se cambia o se transforma a golpes de fuerza, sino a través de un proceso complejo en el que se establecen nuevas reglas institucionales, políticas y económicas. Justamente para eso sirven esos 30 millones de votos, que constituyen un respaldo para hacer grandes cambios a lo largo de un sexenio, no para dar manotazos en la mesa. En lugar de seguir una ruta más estratégica, el golpe de mano dado por AMLO con la consulta detonó en cambio algo que puede considerarse su talón de Aquiles: la desconfianza, no sólo de los empresarios y de los inversionistas (nacionales y extranjeros), sino también entre amplios grupos de la población que no se resignan a su triunfo o que tienen miedo (justificado o no) de su gobierno. Es falso, o maniqueo en todo caso, que los grupos de la derecha en México tengan miedo de que se consulte “al pueblo” o de que se gobierne para él, como sostiene AMLO en un discurso que sirve para contraponer a las élites económicas. Los grupos de la derecha y amplios sectores de la sociedad mexicana de lo que tienen miedo es del “desorden” político e institucional de los gobiernos, de las decisiones discrecionales o arbitrarias que pasan por encima de la ley, pero también del mesianismo o de los políticos iluminados que prometer resolver todo y pronto. Este es el trauma colectivo que detonó la consulta y sus derivaciones en algunos sectores de la población mexicana. Se le teme a los gobiernos atrabiliarios o al uso faccioso de las instituciones, o a los gobiernos que se amparan en la opacidad. Por eso es un error calcular el costo político de la consulta sólo por la reacción de los mercados o de algunos empresarios. Su alcance será de más largo plazo y de carácter gradual. Finalmente a López Obrador, como buen aficionado al beisbol, le gustan más las bolas rápidas que las jugadas estratégicas, se inclina más por el espectáculo que por la eficiencia política. Como presidente no parece que vaya a tener un equipo de asesores lúcidos que lo orienten, sino que tiene fieles seguidores que actúan más como apóstoles que le siguen y lo apoyan en todo lo que decide. Así, es posible que toda la pólvora de su capital la malgaste en infiernillos, como el aeropuerto. El autor es analista político.

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