Mar de fondo
La debacle de los partidos La pasada elección federal barrió con casi todos los partidos políticos a nivel nacional y en un gran número de entidades. En términos formales sólo el PES y el Partido Nueva Alianza perdieron su registro al no obtener el 3 por ciento en ninguna de las fórmulas electorales. Sin embargo, el resto de los partidos, desde los más grandes como el PRI y el PAN, hasta los más chicos como el PVEM o el PRD, que prácticamente se derrumbó, así como MC y el PT, obtuvieron una bajísima votación. A nivel estatal perdieron su registro 16 partidos de un total de 22 que participaron en 9 entidades, en algunas de las cuales hasta tres partidos quedaron fuera como, por ejemplo, en Zacatecas, Oaxaca y Guerrero. El golpe electoral ha sido tan fuerte que muy seguramente estamos ya ante el surgimiento de un nuevo sistema de partidos en México, en donde Morena tendrá el papel de un partido hegemónico, con una oposición relativamente débil, por lo menos durante un largo tiempo (unos 10 años). El sistema de partidos que surgió, en remplazo de la hegemonía del PRI, de las reformas emprendidas desde 1977 y otras posteriores (especialmente la de 1996), que contribuyeron a configurar un sistema de partidos formado principalmente por el PRI, el PAN y el PRD, aunque en algunas regiones del país sólo dominaba el PRI o el bipartidismo formado por este último y el PAN. La proliferación de partidos satélites, diminutos y convenencieros que llegaron con estas reformas, no altera en esencia el sistema de tres partidos. En el nuevo sistema que surgirá a partir de ahora estará, desde luego, Morena como partido dominante, el PAN si logra reconstruirse y muy probablemente una versión nueva o diferente del PRI. El PRI que conocemos ahora no podrá subsistir o ser un partido competitivo en el futuro, por lo que la gran mayoría de sus miembros, sobre todo los más jóvenes, migrarán hacia otras opciones o, por qué no, formarán otros partidos a mediano plazo. Ahora bien, las causas de la debacle electoral de los partidos son extensas, pero se pueden sintetizar en algunas cuantas. A partir de la supuesta pluralidad política que trajeron las reformas de los 70, 80 y 90, los partidos no pudieron arraigarse en la sociedad. Al contrario, a partir de entonces se les identificó como organismos devoradores de recursos, o como receptores de altos presupuestos públicos, como organismos controlados por camarillas para obtener el control de los gobiernos y el erario. Es decir, como organismos dominados por el dinero. Lenta pero gradualmente se fue formando en el imaginario popular la figura de la “partidocracia”, partidos pragmáticos, con principios y programas deslavados, sin ideología, incapaces de renovarse (como le sucedió al PRI tras sus derrotas nacionales y locales), con funcionarios y candidatos corruptos que brincaban de un puesto a otro, o se eternizaban como diputados y senadores. Partidos a la orden del presidente (como le sucedió al PAN), supeditados a los gobernadores, controlados por empleados en la nómina de los gobiernos federales, estatales y municipales, operadores políticos pagados por el gobierno; partidos sin democracia interna, dirigidos por “gerentes” (como en el panismo), divididos en facciones y grupos cuyo objetivo final es repartirse el botín después de una elección (como le sucedió al priismo, al panismo y al perredismo). O sea, los partidos en México cavaron su propia tumba durante los últimos 20 años al convertirse en la figura más repudiada y rechazada por los electores. En lugar de un salto hacia un estadio mejor de nuestra democracia, la partidocracia constriñó sus avances y la convirtió en una entelequia con pobres resultados en beneficio de la mayoría de la población. Los partidos más pequeños, locales o nacionales, también han contribuido a distorsionar el sentido de la pluralidad y de la democracia política, pues la gran mayoría son organismos sin ideología, sin propuestas o proyectos de gobierno, representantes de un pequeño círculo de amigos o familiares que buscan su beneficio personal, y sólo arañan algunos votos en cada elección para acceder a la prerrogativas otorgadas. En este sentido es muy sano que el sistema de partidos se depure, que salgan los partidos políticos que han dejado de representar algo y que se desintegren las viejas camarillas que todavía dominan en algunos de ellos. Necesitamos un nuevo sistema de partidos, con otras y mejores reglas, pero también con otra visión de la democracia. En gran medida, el triunfo de Morena está fundado en este tejido maltrecho y corrompido que constituyeron los partidos políticos en México. La intención de los electores no sólo era darle el triunfo a López Obrador, sino barrer o hacer a un lado a una partidocracia que ha venido abusando del poder político. Y esta será la perspectiva durante un buen rato. El autor es analista político.
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