Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / notamigracion

Ecoanálisis

Este primer domingo ardiente de agosto, comparto con el ecológico lector una anécdota muy conocida en Baja California Sur, que data del siglo XVIII. Como aquella del primer maratonista internacional, la he tomado del mismo libro de Arthur W. North, una crónica de su viaje en bestia de San Diego a La Paz en 1906. En los tiempos misionales no había otra forma de comunicarse entre las Misiones que enviando “propios”, o mensajeros que generalmente eran “gentiles”, como los españoles llamaban a los nativos californios. El cuento parece haber nacido en la Misión de San Ignacio y su vecindad. Resulta que un padre consiguió en una ocasión buenas hogazas de pan y decidió compartirlas con los sacerdotes vecinos. Entonces pidió a cierto indígena que llevara una carta y una hogaza a su vecino, petición que el californio aceptó con gusto. El gentil partió y a medio camino llegó a un manantial y decidió sentarse a descansar un rato. Sobre una piedra grande puso el pan y la carta. Pero el beber agua le abrió el apetito y decidió comerse la hogaza de pan entera. Una vez satisfecho emprendió su trote característico de los nativos americanos. Por la tarde llegó a la Misión vecina y entregó al padre la carta. El misionero pacientemente leyó la misiva y luego preguntó por el pan. El indio desconcertado pues nunca imaginó que el sacerdote supiese del encargo, negó que le dieran la hogaza para llevarla. Lo negó pero quedó conmocionado por la experiencia. ¿Cómo pudo enterarse el padre del envío? El misionero que lo recibió no puso mayor importancia en el asunto y la lenta vida misional siguió su curso. Después de varias semanas el padre que envió el pan pudo hacerse de nuevo de varias hogazas de buen pan, y como en la ocasión anterior, decidió enviar otra hogaza a su vecino, ¡pero con el mismo propio! Ante la petición, el indígena aceptó gustoso la encomienda y salió trotando con carta y pan rumbo a la siguiente Misión. Como siguió la misma ruta, llegó al manantial a descansar. De nuevo el hambre llamó a su estómago y esta vez tomó una precaución. Escondió la carta bajo la roca y se dio un banquete con la hogaza hasta su última migaja. Satisfecho tomó la carta y partió a su destino. El sacerdote lo recibió y pacientemente leyó la nueva misiva. Luego inquirió al nativo: ¿A ver hijo, que hiciste ahora con el pan que mi hermano me envió contigo? El indio después de recuperarse del susto de lo imprevisto confesó: “Padre, confieso que la vez anterior y ahora me comí el pan, pero esta vez puse la carta bajo la piedra y no pudo haberme visto comerlo, es una carta muy chismosa”. Esta anécdota de un pasado tan lejano ejemplifica muy bien el choque de las dos culturas, la del culto evangelizador y la del ingenuo gentil, que a la llegada europea todavía vivían en un estado casi salvaje. El autor es investigador ambiental independiente.

Sigue nuestro canal de WhatsApp

Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí

Temas relacionados