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Desde otra patria

Políticas antinmigrantes que “laceran” corazones La foto de portada del New York Times del jueves pasado me estremeció. Ver la imagen de una niña de apenas 3 años llorando desgarradoramente, mientras un oficial de la “Border Patrol” mantenía a su madre detenida con los brazos arriba, sin poder consolarla, revelaba una realidad “lacerante”. La imagen lo dijo todo, no hizo falta ni leer la nota. En esa ocasión hubo un fotógrafo que logró captar la brutal escena, pero las lágrimas de miles de inmigrantes que son separados de sus hijos se refugian en la oscuridad, no son registradas en imágenes, se van olvidando en espera de justica. Estas acciones de provocar temor por medio de la separación de familias no son nuevas, pero se recrudecen en la administración de Donald Trump. Políticas que son acogidas por un ambiente que alienta la discriminación y enciende las políticas antinmigrantes. Cuando recién llegue a Arizona, uno de mis primeros trabajos periodísticos fue el de los menores centroamericanos recluidos en el centro de detención en Nogales, Arizona, esperando su deportación. Fue publicado en junio del 2014. El reportaje lo titulé “Esperanza tras las rejas”, e irónicamente me valió el primer lugar del “Arizona Press Club”, y digo irónicamente, porque en el fondo de mi corazón pienso: “cómo se puede ganar algo, perdiendo tanto”. Recuerdo ese recorrido como si fuera ayer, era como estar en un zoológico por las jaulas en que tenían confinados a los niños, cuando recorríamos el lugar conducidos por agentes de la patrulla fronteriza, los menores se acercaban al cerco y aferraban sus pequeñas manos a la malla ciclónica, y con la ojos llorosos buscaban en nuestras miradas un indicio de esperanza para saber de sus padres. No pude aproximarme lo suficiente para hablarles en su idioma y decirles que “todo iba a estar bien”, éramos un reducto de reporteros de diferentes partes del mundo escribiendo sobre ellos. Éramos los espectadores de esa realidad devastadora. Me refiero a centenares de menores tirados en el suelo, separados por mallas de alambre y con un fuerte dispositivo de púas en la parte superior, donde se observaban pelotas ponchadas. Los niños y adolescentes se encontraban recostados sobre colchonetas verdes militares y aferrados a un pedazo de plástico metálico que fungía como cobija. Era algo parecido a un Getto de aquellos tiempos de horrible exterminio, con la diferencia que contaban con servicios precarios que apenas cumplían con los estándares de humanidad. Cuando veo la portada del New York Times que mencione al principio de la columna, ese dolor vuelve a punzar fuerte. Recientemente me tocó cubrir la nota cuando el fiscal general de Estados Unidos, Jeff Sessions visitó Phoenix, Arizona, para anunciar que las autoridades judiciales norteamericanas enjuiciarán a todos los inmigrantes que crucen ilegalmente la frontera y, en caso de estar acompañados de menores, les separará de ellos. De ahí, se ha desencadenado una serie de noticias de por sí ya dolorosas, de acuerdo con un artículo publicado a finales de mayo por el diario The New York Times, la administración de Trump ha perdido el rastro de al menos 1.475 menores que fueron separados de sus familias al solicitar asilo en la frontera con México. El mismo gobierno republicano rechaza ser responsable de la supuesta desaparición de más de mil inmigrantes menores de edad que fueron separados de sus padres al entrar en el país ilegalmente. Lo que es verdad, cierto y contundente, es la imagen que revela una realidad latente, y de la nunca debemos de mantenernos exentos, ya sea como periodistas, sociedad e individuos, tenemos el deber mínimo de sensibilizarnos ante estos actos que destrozan los corazones de nuestra comunidad inmigrante en el extranjero. *Corresponsal de la Agencia Internacional de Noticias Efe en Arizona y Nuevo México.

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